30/10/09
En defensa de la Edad Espléndida
Guardián del sepulcro de nuestros antepasados y de los monumentos de nuestra gloria; cuna de nuestra vida espiritual y moral. Así es nuestra Edad Espléndida, en la que España mereció la honrosa misión de ser el adalid de la Cristiandad; en nuestros campos, con nuestra sangre se ganaban las batallas de la civilización europea contra el Islam, que aspiraba a señorear el mundo; entre nosotros principalmente tuvieron su asiento, las instituciones que hicieron de los heroicos siglos de la fe los bellos siglos de la libertad. Se trató de una época que si lo fue de ardorosas y cándidas creencias, lo fue también de lucha, de discusión, de digna altivez y mas que todo de libertad. Jamás como en ella fue la humanidad mas fecunda y mas poderosa.
Reinaba entonces la unidad de fe, pero la uniformidad de un culto universalmente popular, la sincera y amorosa sumisión de los corazones y de los entendimientos a las verdades reveladas y a las lecciones de la Iglesia, no excluían idea, discusión ninguna sobre las mas altas cuestiones de filosofía y de moral.
El principio de autoridad no imponía el divorcio de los hombres, ni con el genio de los tiempos antiguos, con tanto ardor cultivado en los claustros benedictinos, ni con el desenvolvimiento natural y progresivo del espíritu humano; y para conocerlo así basta recordar el inmeso progreso de la ciencia escolástica, ruda y a la vez sutil gimnástica del entendimiento, tan favorable a pesar de sus incontestables vacíos para la fuerza y actividad del raciocinio; basta evocar a aquellas poderosas universidades, tan libres y a veces tan rebeldes, en cuyas clases maestros a cuya independencia solo podía compararse la de la turbulenta juventud que los oía, trataban cada día de mil cuestiones que habrían asustado la meticulosidad de la época presente, y basta, en fin, traer a la memoria la misma licencia de aquellos autores satíricos que en la poesía popular y caballeresca, y hasta en las obras artísticas consagradas al culto, llevaban hasta el exceso el derecho de la crítica y de la discusión pública.
En aquella época tan ridiculamente calumniada, una sed devoradora de obrar y de saber, inflamaba a los espíritus. El heroico y perseverante ardor que lanzaba a Marco Polo y a Plancarpino hasta los confines del mundo conocido, a traves de distancias y peligros de que noción siquiera pueden tener nuestros contemporáneos, animaba a no menos intrépidos viajeros por las regiones de la inteligencia. Con San Anselmo y Santo Tomás de Aquino, el espíritu no retrocedía ante ninguna dificultad de la psicología o de la metafísica, e incluso con el herético Juan Scot Erígena (el irlandés), el espíritu humano se ejercitaba en los problemas mas arduos y delicados (mas le valía para comprender si quiera el "racionalismo" neoplatónico del filósofo escoto y no volverse loco en el intento). Y en algunos extraviábase, hasta llegar a las proposiciones mas atrevidas y hostiles al espíritu del Evangelio y de la Iglesia.
PD: Para los que sepan francés (yo no tengo ni idea), es muy recomendable el libro "Les Moines d'Occident depuis Saint Benoit jusqu'a Saint Bernard" de M. de Montalembert (S. XIX): ignoro si hay ejemplares en castellano actualmente, pero es un libro muy citado y recurrido, en cuanto a defensa de la Edad Espléndida se refiere.
PD2: He intentado que éste fuera continuación del post que metí ayer "LA RELIGIÓN EN LA EDAD ESPLÉNDIDA", porque sentía que estaba inacabado.
PD3: Asimismo secundo la excelente idea del Maestro Gelimer, en la gran bitácora LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS, de no utilizar mas el término revolucionario "Edad Media".
Etiquetas:
Cristiandad,
Edad Media
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