30/6/09

El cura pitillo



Esto si que es un anuncio de tabaco y no las mariconadas del Marlboro. Para todos aquellos que fumamos poco (obviamente que los carreteros tomen nota), hagamos caso al pater pitillo y fumemos todavía menos, porque ya se sabe que un par, o tres cigarrillos al día, son un auténtico placer; lo demás, puro vicio.



PD1: Pincha la imagen si no te quieres quedar ciego intentando leerla.


PD2: Lo ideal es no fumar, pero para aquéllos que somos débiles, al menos fumemos poco y con moderación.

Don Diego Hurtado de Mendoza, la espada y la pluma


Ocupa el primer lugar entre los historiadores particulares y ha merecido ser comparado a Salustio por su robusta concisión, por lo enérgico, preciso y sentencioso. Nació don Diego en Granada por los años de 1503, y luego de haber aprendido en aquella ciudad la gramática y algunas nociones de lengua arábiga, pasó a Salamanca a estudiar las lenguas latina y griega, la filosofía y ambos derechos.

Deseoso de adquirir nombre entre los guerreros de su tiempo, voló a Italia, donde militó muchos años bajo los ejércitos de Su Majestad imperial el rey Carlos; pero era tanta la afición que conservaba a las letras entre el estruendo y la inquietud de las armas, que aquel ocio que le permitían las temporadas de sus cuarteles de invierno, lo empleaba en visitar las mas célebres universidades de aquel país, oyendo y consultando los mayores sabios, que eran entonces su ornamento. Prendose el emperador de su vasta erudición y lo empleó en arduos negocios de estado en Venecia y Roma. Asistió al Concilio de Trento, y después de una ausencia de 30 años, muerto el emperador, volvió a España fijándose en Madrid con plaza en el consejo de Estado; pero incurrió pronto en la desgracia de Felipe II, y retirado a Granada volvió a darse por entero a sus estudios, enriqueciendo a España con los centenares de códices arábigos, que fue reuniendo. Vuelto a la corte y a la gracia del rey, murió en 1576.

La obra que le granjeó mas celebridad fue su Historia de la guerra contra los moriscos de Granada. Es Mendoza, el primer historiador español que supo hermanar la elocuencia con la política, es decir, supo juntar en una misma obra, el arte de escribir bien con el de pensar. Su expresión, que es nerviosa y concisa, forma un estilo grave tan lleno de cosas como de palabras, al cual da gran realce el uso oportuno de profundas sentencias y reflexiones. El corte de la frase es constantemente latino, unido no obstante a la grandiosidad castellana, pero si su elocución es noble, enérgica y grave, ha de confesarse que no es siempre fácil y natural en aquellos rasgos en que manifiesta su esmero en imitar la brevedad y rapidez de Salustio o de Tácito, si ya no era este rigor de laconismo, hijo de la severidad de su condición.

El padre Mariana, príncipe de los historiadores y siempre polémico



Fue el padre Juan de Mariana, jesuita, el primero en escribir en España, una historia general completa, que a la buena coordinación de los hechos reuniese la hermosura del lenguaje y que por su mérito particular se granjease general aprecio. Antes de él, no había que pedir gran crítica ni filosofía a los historiadores de aquel tiempo, siglo XVI, harto hacían con recoger datos esparcidos en monumentos y cronicones y ordenarlos del mejor modo posible; en la forma, no se arredraban ante el inconveniente de dar a sus obras una extensión desmedida; pertencientes a una época de erudición y de estudios concienzudos, se complacían en los mismo pormenores, en la misma pesadez que ahora nos cansa y abruma, y tomando por modelo a los autores de la antigüedad, gustaban, a imitación suya, de largas descripciones de sitios y batallas, y de las pomposas arengas.

Esteban de Garibay, autor del Compendio historial de las crónicas y universal historia de todos los reinos de España, al cual añadió algunos años después las Ilustraciones genealógicas de los católicos reyes de las Españas, mereciéndose por su trabajo ser premiado por Felipe II, tiene una obra excelente para consulta, desde los tiempos remotos a la toma de Granada, pero su estilo es poco agradable, aunque sencillo y natural. Sepúlveda, Sandoval y Pedro Mejía escribieron también historia, pero meras crónicas.

Volviendo al padre Mariana, fue su Historia General de España, que escribió en latín, la que hizo célebre su nombre, impresa por vez primera en Toledo en 1592. La celebidad que su obra obtuvo, obligole a completarla y a verterla en castellano. Limitose a reducir a forma histórica los infinitos materiales que andaban dispersos en los cronistas e historiadores que le precedieran: su intento, no fue escribir historia, sino poner en orden y estilo lo que otros habían recogido. El deseo de imitar a Tácito, la severidad de sus costumbres y la entereza de su carácter hicieron que el jesuita, que por nada se desviaba de lo que entendía ser justo y honesto, sazonara su historia con duras reflexiones, que por algunos han sido atribuidas a deseo de lastimar el crédito de la nación y el honor de sus reyes; pero mucho mas fundado que éste, es el cargo de haber hecho traición a la verdad, por no haber sabido distinguirla entre los errores de los monumentos, y haber admitido fábulas y consejos que arrancaron a él mismo aquellas palabras: plura transcribo quam credo. Estos defectos, empero, lo mismo que los vacíos que en su obra se observan, sobretodo respecto de la dominación árabe, se comprenden en su época y pueden ser mas o menos disculpados por la falta de buenos guías, no habiendo impedido que la Historia General, escrita con estilo grave, terso y grandioso, sin los lunares de la afectación ni de los vanos adornos, mereciese la preferencia entre todas las que hasta su tiempo vieron la luz pública y que diese a su autor el título de “príncipe de los historiadores de España”, a ninguno comparable y superior a todos.

26/6/09

La poesía sagrada


La Poesía Sagrada, cultivada durante nuestro Siglo de Oro, aunque ya sea por el carácter humilde y la excesiva modestia de sus autores, ya por la incuria de los que las publicaban sin reunirlas en colecciones, ya por el espíritu poco religioso que dominó generalmente en la literatura del último siglo, son harto escasas las riqueza poéticas que de este género nos quedan, y pocos los poestas religiosos que se han salvado del olvido. Entre ellos brilla en primera línea fray Luis de León, quien conócese haber nacido para esta clase de composiciones. Siempre que pulsa la lira para objetos sagrados, dice Gil de Zárate, un dulce éxtasis le eleva a los campos de la contemplación y prorrumpe en exclamaciones que salen del fondo de su alma, o bien pinta la mansión celeste descrbiéndola con expresiones místicas que, unidas a la suavidad de la versificación, producen un encanto inexplicable, no pareciendo sino que se escucha, la dulce armonía de los ángeles.

San Juan de la Cruz, fray Pedro Malón de Chaide, el Padre José de Sigüenza y otros autores profanos como Lope de Vega, Calderón, Jáuregui, Montalván, Vélez de Guevara, Rojas, Francisco Ballester, etc…dedicáronse con mas o menos ahínco a esta poesía, y a fines del S. XVI publicose ya una colección de romances místicos, con el título de Avisos para la muerte, compuestos a competencia por varios ingenios de aquel tiempo y aumentada después por otros del siguiente. En muchas de sus composiciones se advierte ya la sutileza mas que la verdadera efusión que ellas respiran, está ya muy distante de las sublimes inspiraciones de León y de San Juan de la Cruz.

En este género, no podía menos de encontrar ancho campo el alma ardiente y apasionada de Santa Teresa; bajo su pluma, la poesía religiosa toma los acentos de fogoso arrebato, de encendido amor, de florida armonía que la ditinguen en los países meridionales; y menos sujeta Teresa que otros autores a la imitación de los libros sagrados, muéstrase mas original, mas tierna, mas risueña. Sus mejores poesías, son los versos al amor de Dios, y un soneto a Cristo crucificado, que dice así:

No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por esto de ofenderte.
Tú me mueves, mi Dios; muéveme al verte
Clavado en esa cruz y escarnecido;
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
Muévenme las angustias de tu muerte.
Muévenme, en fin, tu amor de tal manera,
Que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
Y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera:
Porque si cuanto espero no esperara
Lo mismo que te quiero te quisiera.

24/6/09

¿Cuándo comienza la vida?


Cuando los gametos se unen, es decir, un óvulo y un espermatozoide, se produce la fertilización, y desde ese momento está viviendo una persona humana. Constituyen desde entonces un conjunto estructural y bioquímico de características únicas. Y a partir de ese momento, como consecuencia de los procesos bioquímicos producidos, en la nueva célula han quedado marcados, escritos, por decirlo así, los planes del desarrollo de un nuevo organismo, que se manifiesta en una extraordinaria capacidad funcional. Se produce un incremento en el consumo de oxígeno, que marca el proceso de la fecundación. Es decir, cuando los componentes bioquímicos de un espermatozoide han quedado incluidos en el óvulo, se ha producido el origen de una nueva vida, y ha quedado allí trazado el conjunto de las instrucciones que dirigen el desarrollo de un nuevo ser. El óvulo fertilizado ha adquirido plena capacidad para alcanzar su desarrollo completo, por un mecanismo de extrema complejidad, determinado ya desde la fecundación, sin que las relaciones funcionales entre el organismo de la madre y del feto, afecten en nada a este determinismo. Las relaciones entre el organismo de la madre y el del embrión se establecen desde el momento de la implantación, es decir, cuando el blastocisto se fija en el endometrio. Pero lo evidente es que la implantación no añade nada a la capacidad del organismo embrionario para terminar su desarrollo.

Por la implantación y el desarrollo de la placenta en una fase ulterior, el embrión dispone de un medio adecuado que garantiza el aporte de sustancias nutritivas y la respiración celular. Pero esto no es nada esencial en cuanto a la potencialidad y la predeterminación del desarrollo, según el plan establecido en la fecundación. Suponer que el embrión no vive propiamente hasta la implantación, resulta tan pintoresco como sería suponer que el feto no vive hasta que respira aire atmosférico. Mas claro, cuando impiden el desarrollo embrionario evitando la implantación, lo que hacen es lo mismo que impedir el desarrollo del recién nacido por falta de oxígeno y nutrición. Presentar las cosas de otra manera es incompatible con la realidad de los hechos biológicos.

La interrupción de la vida de un ser humano en las primeras fases del desarrollo embrionario, muchos ya lo aceptan por desconocer la moral, y por eso no necesitan negar el hecho biológico decisivo. Pero hay quienes no tienen reparo en destruir una vida humana, siempre que puedan aprovecharse de lo que sea para decir (aunque en el fondo comprendan la verdad) que no era vida humana. Son de esos que valoran los hechos científicos solo en la medida en que valen o se oponen a sus prejuicios conceptuales, y por eso, cuando el hecho de que la vida empieza con la fertilización les estorba, sustituyen los hechos biológicos por frases, para llegar a la conclusión premeditada que encaje con sus conveniencias.

EN 1975, DR. JUAN JIMÉNEZ VARGAS y DR. GUILLERMO LÓPEZ GARCÍA, profesores de la Universidad de Navarra.

Un médico norteamericano dijo una vez: “Por convenientes, convincentes o perentorios que puedan ser los argumentos esgrimidos a favor del aborto, siempre persiste el hecho de que el suprimir una vida, aun cuando ésta no haya brotado a la luz, corta de raiz la propia esencia del principio de que la vida de nadie, por indeseada e inútil que parezca, no puede terminarse con el fin de buscar la salud y felicidad de otro ser humano”.

La Asociación de médicos franceses para el respeto de la vida, ya en 1973, recogió 10.000 firmas de médicos galos, suscribiendo un manifieso contra el aborto, que se publicó en junio de ese mismo año:

“En cada instante de su desarrollo, el fruto de la concepción es un ser vivo, especialmente distinto del organismo materno que lo acoge y alimenta (…) Desde la fecundación hasta la senectud, es ese mismo ser vivo el que se forma, madura y muere. Sus particularidades lo hacen único y, por tanto, irreemplazable (…) Igual que el médico permanece al servicio de la vida que agoniza, de la misma manera la protege desde su comienzo. El respeto absoluto debido a los pacientes no depende ni de la edad, ni de la enfermedad o dolencia que pueda abatirlos (…) Ante situaciones de peligro cuyas consecuencias puedan ser trágicas, el deber del médico es poner todos los medios para socorrer tanto a la madre, como a su hijo. Por tanto, no es un acto propio de un médico la interrupción deliberada de un embarazo por razones de eugenismo, o para resolver un conflicto moral, económico o social”.

AUN ASÍ, SIEMPRE HABRÁ GENOCIDAS Y ADEFESIOS PUTONES FEMINISTAS, QUE EN NOMBRE DE UN SUPUESTO DERECHO A DECIDIR SOBRE SUS PROPIOS CUERPOS PUTREFACTOS Y CARENTES DE ALMA HUMANA, DE UN DERECHO A ASESINAR, LEGALMENTE AMPARADO POR EL PROPIO ESTADO, SEGUIRÁN (EN NOMBRE DEL PROGRESO, LA CONCORDIA, EL BUEN ROLLO, LA PAZ MUNDIAL Y LA ALIANZA DE CIVILIZACIONES, Y LA MADRE QUE LOS PARIÓ, DESGRACIADAMENTE, A TODOS) CON SU SATANASADA (QUE NO CRUZADA) PARTICULAR DE DEFENSA Y REIVINDICACIÓN DEL EXTERMINIO DE SERES INOCENTES E INDEFENSOS.

DIOS SE APIADE DE SUS ALMAS.

Así aconsejaba Carlos I a su hijo Felipe


Cuando el primero de mayo de 1543, Carlos confió la regencia a su hijo Felipe, que contaba entonces 16 años, sujetole a la dirección general de un consejo compuesto por don Fernando de Toledo, Duque de Alba, el cardenal Tavera y el comendador Francisco de los Cobos, y dirigiose en seguida a Barcelona dónde ya le esperaba el príncipe Andrés Doria con sus galeras; en ellas se embarcó con 8.000 veteranos españoles y 700 caballos.

Desde Palamós escribió Carlos a su hijo, prueba de cómo velaba por Felipe y se esforzaba en formar su carácter. Así le escribía:

“El Duque de Alba, es el hombre de estado mas inteligente y el mejor soldado de mis reinos; no dejéis de consultarle en todos los asuntos militares, pero no os fiéis enteramente en él. En ésas ni en otras cuestiones, sean las que fueren, no confiéis en nadie, sino en vos mismo. Mucho desearían los grandes, granjearse vuestro favor y gobernar en vuestro nombre el país; pero si tal cosa consintierais, vuestra ruina sería cierta. Empleadlos a todos, servíos de ellos, pero no os apoyéis exclusivamente en ninguno; en cuantos conflictos caigan sobre vos, confiad siempre en Dios y no penséis sino en Él”.

El emperador habla en seguida del comendador Cobos, a quien representa como un hombre harto aficionado a los placeres, y con este motivo explica a Felipe las consecuencias de una vida disoluta, funesta a la vez para el alma y para el cuerpo, advertencia al parecer muy oportuna por la afición a los galanteos que manifestaba don Felipe: “Finalmente, aun cuando haya de estar satisfecho de vuestra conducta, no olvidéis que quisiera miraros perfecto, y hablando con franqueza y por mas que muchos digan lo contrario, observo todavía cosas que reprender en vos. Es vuestro confesor, vuestro antiguo maestro el obispo de Cartagena, y aunque excelente varón, como todo el mundo sabe, espero que se mostrará mas cuidadoso de vuestra conciencia, de lo que lo fue de vuestros estudios, y que sobre este punto, no ha de ser tan llano y tan fácil como sobre el otro”.


Emotivas fueron sin duda, de las últimas palabras que el emperador dirigió a su hijo: "Si los vastos dominios que hoy entráis a gobernar os hubiesen tocado por herencia, sin duda que deberíais alimentar en vuestro pecho, grande y justo agradecimiento; pues ¡cuánta mayor no ha de ser vuestra gratitud al veniros por libre don, en vida de vuestro padre! Con todo, por grande que sea vuestra deuda, la consideraré pagada si cumplís con vuestro deber respecto de vuestros súbditos. Continuad como habéis empezado: tened inviolable respeto a la religión; mantened la fe católica en toda su pureza; sean sagradas para vos, las leyes de vuestro país, y si algún día, cargado de años y enfermedades, deseáis como yo gozar del sosiego de una vida privada, ¡ojalá que Dios os recompense con un hijo que por sus virtudes merezca que le cedáis el cetro, con la satisfacción con que yo os lo cedo agora!". Felipe, vivamente afectado, quiso arrojarse a los pies de su padre protestando de su deseo de hacer cuanto en él estuviese para corresponder a tanta bondad; pero Carlos se apresuró a levantarlo y le dio un tierno abrazo, regando en llanto sus cabellos. Todos los asistentes a aquel acto, estaban conmovidos ante aquel espectáculo, y no se oían en la sala (cuenta un testigo presencial: Sir John Masson, ministro de Inglaterra en la corte de Carlos) sino sollozos y gemidos a duras penas sofocados. Carlos, extenuado, con las facciones invadidas por mortal palidez, cayó en su trono exclamando con voz débil y recorriendo con sus miradas la asamblea entera: "¡Hijos míos, quedaos a Dios!".

17/6/09

Sobre el poder del rey


Decía el padre jesuita Juan de Mariana: "El rey, ejerce con mucha moderación la potestad que recibió del pueblo...así, no domina a sus súbditos como esclavos a la manera de los tiranos, sino que los gobierna como a hombres libres, y habiendo recibido del pueblo la potestad, cuida muy particularmente de que durante toda su vida se le conserve sumiso de buena voluntad".

Acerca de esta libertad con que se trataba en España de los puntos mas importantes de derecho público, es notable la siguiente anécdota que retrata bien las ideas y costumbres de aquellos tiempos tan desconocidos y desfigurados por los nuestros. Reinando Felipe II, cierto orador afirmó en un sermón en presencia del monarca, que los reyes tenían poder absoluto sobre las personas de sus vasallos y sobre sus bienes. Hombres gravísimos en dignidad, en letras, en limpieza de pecho cristiano y entre ellos persona que en España tenía lugar supremo en lo espiritual y que había tenido antes oficio, en el juicio supremo de la Inquisición (el nuncio de Su Santidad), calificaron por muy escandalosas semejantes palabras, a lo que nos dice el secretario Antonio Pérez. Delatado el predicador al Santo Oficio, instruyose expediente, y aquél, a mas de varias penitencias que se le impusieron, fue condenado a retractarse publicamente de su dicho como de proposición errónea, leyendo en un papel que le fue entregado, estas notabilísimas palabras: "Porque, señores, los reyes no tienen mas poder sobre sus vasallos del que les permite el derecho divino y humano, y no por su libre y absoluta voluntad".

He ahí, el por qué y la razón de la monarquía hispánica tradicional, tan lejos del absolutismo y de la pelele monarquía liberal.

15/6/09

Zumalacárregui, the modern Cid

Spain for years past has had its double king,—a king in possession and a king in exile, a holder of the throne and an aspirant to the throne. For the greater part of a century one has rarely heard of Spain without hearing of the Carlists, for continually since 1830 there has been a princely claimant named Charles, or Don Carlos, struggling for the crown.
Ferdinand VII., who succeeded to the throne on the abdication of Charles IV. in 1808, made every effort to obtain an heir. Three wives he had without a child, and his brother, Don Carlos, naturally hoped to succeed him. But the persistent king married a fourth time, and this time a daughter was born to him. There was a law excluding females from the throne, but this law had been abrogated by Ferdinand to please his wife, and thus the birth of his daughter robbed Don Carlos of his hopes of becoming king.

Ferdinand died in 1833, and the infant Isabella was proclaimed queen, with her mother as regent. The liberals supported her, the absolutists gathered around Don Carlos, and for years there was a bitter struggle in Spain, the strength of the Carlists being in the Basque provinces and Spanish Navarre, —a land of mountaineers, loyal in nature and conservative by habit.

The dynasty of the pretender has had three successive claimants to the throne. The first Don Carlos abdicated in 1844, and was succeeded by Don Carlos the Second, his son. He died in 1861, and his cousin, Don Carlos the Third, succeeded to the claim, and renewed the struggle for the crown. It was this third of the name that threatened to renew the insurrection during the Spanish-American war of 1898.
This explanation is necessary to make clear what is known by Carlism in Spain. Many as have been the Carlist insurrections, they have had but one leader of ability, one man capable of bringing them success. This was the famous Basque chieftain Zumalacarregui, the renowned "Uncle Tomas" of the Carlists, whose brilliant career alone breaks the dull monotony of Spanish history in the nineteenth century, and who would in all probability have placed Don Carlos on the throne but for his death from a mortal wound in 1835. Since then Carlism has struggled on with little hope of success.

Navarre, the chief seat of the insurrection, borders on the chain of the Pyrenees, and is a wild confusion of mountains and hills, where the traveller is confused in a labyrinth of long and narrow valleys, deep glens, and rugged rocks and cliffs. The mountains are highest in the north, but nowhere can horsemen proceed the day through without dismounting, and in many localities even foot travel is very difficult. In passing from village to village long and winding roads must be traversed, the short cuts across the mountains being such as only a goat or a Navarrese can tread.

Regular troops, in traversing this rugged country, are exhausted by the shortest marches, while the people of the region go straight through wood and ravine, plunging into the thick forests and following narrow paths, through which pursuit is impossible, and where an invading force does not dare to send out detachments for fear of having them out off by a sudden guerilla attack. It was here and in the Basque provinces to the west, with their population of hardy and daring mountaineers, that the troops of Napoleon found themselves most annoyed by the bold guerilla chiefs, and here the Carlist forces long defied the armies of the crown.

Tomas Zumalacarregui, the "modern Cid," as his chief historian entitles him, was a man of high military genius, rigid in discipline, skilful in administration, and daring in leadership; a stern, grave soldier, to whose face a smile rarely came except when shots were falling thick around him and when his staff appeared as if they would have preferred music of a different kind. To this intrepid chief fear seemed unknown, prudence in battle unthought of, and so many were his acts of rashness that when a bullet at length reached him it seemed a miracle that he had escaped so long. The white charger which he rode became such a mark for the enemy, from its frequent appearance at the head of a charging troop or in rallying a body of skirmishers, that all those of a similar color ridden by members of his staff were successively shot, though his always escaped. On more than one occasion he brought victory out of doubt, or saved his little army in retreat, by an act of hare-brained bravery. Such was the "Uncle Tomas" of the Navarrese, the darling of the mountaineers, the man who would very likely have brought final victory to their cause had not death cut him off in the midst of his career.

Few were the adherents of Don Carlos when this able soldier placed himself at their head,—a feeble remnant hunted like a band of robbers among their native mountains. When he appeared in 1833, escaping from Madrid, where he was known as a brave soldier and an opponent of the queen, he found but the fragment of an insurgent army in Navarre. All he could gather under his banner were about eight hundred half-armed and undisciplined men,—a sorry show with which to face an army of over one hundred and twenty thousand men, many of them veterans of the recent wars. These were thrown in successive waves against Uncle Tomas and his handful of followers, reinforcement following reinforcement, general succeeding general, even the redoubtable Mina among them, each with a new plan to crush the Carlist chief, yet each disastrously failing.

Beginning with eight hundred badly armed peasants and fourteen horses, the gallant leader had at the time of his death a force of twenty-eight thousand well-organized and disciplined infantry and eight hundred horsemen, with twenty-eight pieces of artillery and twelve thousand spare muskets, all won by his good sword from the foe,—his arsenal being, as he expressed it, "in the ranks of the enemy." During these two years of incessant war more than fifty thousand of the army of Spain, including a very large number of officers, had fallen in Navarre, sixteen fortified places had been taken, and the cause of Don Carlos was advancing by leaps and bounds. The road to Madrid lay open to the Carlist hero when, at the siege of Bilboa, a distant and nearly spent shot struck him, inflicting a wound from which he soon died. With the fall of Zumalacarregui fell the Carlist cause. Weak hands seized the helm from which his strong one had been struck, incompetence succeeded genius, and three years more of a weakening struggle brought the contest to an end. In all later revivals of the insurrection it has never gained a hopeful stand, and with the fall of "Uncle Tomas" the Carlist claim to the throne seemingly received its death-blow.

The events of the war between the Navarrese and their opponents were so numerous that it is not easy to select one of special interest from the mass. We shall therefore speak only of the final incidents of Zumalacarregui's career. Among the later events was the siege and capture of Villafranca. Espartero, the Spanish general, led seven thousand men to the relief of this place, marching them across the mountains on a dark and stormy night with the hope of taking the Carlists by surprise. But Uncle Tomas was not the man to be taken unawares, and reversed the surprise, striking Espartero with a small force in the darkness, and driving back his men in confusion and dismay. Eighteen hundred prisoners were taken, and the general himself narrowly escaped. General Mirasol was taken, with all his staff, in a road-side house, from which he made an undignified escape. He was a small man, and by turning up his embroidered cuffs, these being the only marks of the grade of brigadier-general in the Spanish army, he concealed his rank. He told his captors that he was a tambor. In their anxiety to capture officers the soldiers considered a drummer too small game, and dismissed the general with a sound kick to the custody of those outside. As these had more prisoners than they could well manage, he easily escaped.
On learning of the defeat of Espartero the city surrendered. The news of the fall of Villafranca had an important effect, the city of Tolosa being abandoned by its garrison and Burgera surrendered, though it was strongly garrisoned. Here Charles V.—as Don Carlos was styled by his party—made a triumphal entry. He was then at the summit of his fortunes and full of aspiring hopes. Eybar was next surrendered, the garrison of Durango fled, and Salvatierra was evacuated.

Victory seemed to have perched upon the banners of the Navarrese, town after town falling in rapid succession into their bands, and the crown of Spain appeared likely soon to change hands. Zumalacarregui proposed next to march upon Vittoria, which had been abandoned with the exception of a few battalions, and thence upon the important city of Burgos, where be would either force the enemy to a battle or move forward upon Madrid. So rapid and signal had been his successes that consternation filled the army of the queen, the soldiers being in such terror that little opposition was feared. Bets ran high in the Carlist army that six weeks would see them in Madrid, and any odds could have been had that they would be there within two months. Such was the promising state of affairs when the impolitic interference of Don Carlos led to a turn in the tide of his fortune and the overthrow of his cause.

What he wanted most was money. His military chest was empty. In the path of the army lay the rich mercantile city of Bilboa. Its capture would furnish a temporary supply. He insisted that the army, instead of crossing the Ebro and taking full advantage of the panic of the enemy, should attack this place. This Zumalacarregui strongly opposed.

"Can you take it?" asked Carlos.
"I can take it, but it will be at an immense sacrifice, not so much of men as of time, which now is precious," was the reply.
Don Carlos insisted, and the general, sorely against his will, complied. The movement was not only unwise in itself, it led to an accident that brought to an end all the fair promise of success.
The siege was begun. Zumalacarregui, anxious to save time, determined to take the place by storm as soon as a practicable breach should be made, and on the morning of the day he had fixed for the assault he, with his usual daring, stepped into the balcony of a building not far from the walls to inspect the state of affairs with his glass.
On seeing a man thus exposed, evidently a superior officer, to judge from his telescope and the black fur jacket he wore, all the men within that part of the walls opened fire on him. The general soon came out of the balcony limping in a way that at once created alarm, and, unable to conceal his lameness, be admitted that he was wounded. A bullet, glancing from one of the bars of the balcony window, had struck him in the calf of the right leg, fracturing the small bone and dropping two or three inches lower in the flesh.
The wound appeared but trifling,—the slight hurt of a spent ball,—but the surgeons, disputing as to the policy of extracting the ball, did nothing, not even dressing the wound till the next morning. It was of slight importance, they said. He would be on horseback within a month, perhaps in two weeks. The wounded man was not so sanguine.
"The pitcher goes to the well till it breaks at last," he said. "Two months more and I would not have cared for any sort of wound."

Those two months might have put Don Carlos on the throne and changed the history of Spain. In eleven days the general was dead and a change had come over the spirit of affairs. The operations against Bilboa languished, the garrison regained their courage, the plan of storming the place was set aside, the queen's troops, cheered by tidings of the death of the "terrible Zumalacarregui," took heart again and marched to the relief of the city. Their advance ended in the siege being raised, and in the first encounter after the death of their redoubtable chief the Carlists met with defeat. The decline in the fortunes of Don Carlos had begun. One man had lifted them from the lowest ebb almost to the pinnacle of success.

With the fall of Zumalacarregui Carlism received a death-blow in Spain, for there is little hope that one of this dynasty of claimants will ever reach the throne.

By Charles Morris

10/6/09

Banderas del Requeté

Banderas del libro "Banderas de la Guerra Civil española", de algunos de los Tercios que combatieron en la Cruzada del 36. En requetes.com tienen expuestas en sitio de honor, la gran mayoría de ellas; yo solo copié aquéllas que le faltaban (la del Sagrado Corazón, fue la primera bandera requeté en ondear y por ende, la primera rojigualda desde los tiempos de la proclamación de la nefasta y criminal República).

Las extremas izquierdas

Me ha parecido interesante insertar aquí, parte del artículo de Fernando José Vaquero Oroquieta (si bien el texto íntegro, puede encontrarse en la revista Arbil Nº121):

(...)la lógica revolucionaria, marxista en definitiva, no es la lógica filosófica clásica ni, mucho menos, la simplemente común; incluso aunque muchos marxistas, aparentemente, ya pasen del Marx clásico y, en teoría, del mismísimo Lenin. La lógica revolucionaria de la extrema izquierda –y de otras izquierdas- se apoya en la dialéctica marxista. Ya saben: todo aquello de tesis, antítesis, síntesis; que puede derivar, sin sonrojo intelectual alguno, en la conciliación de los contrarios: la cuadratura del círculo.

La lógica revolucionaria únicamente se debe a la verdad revolucionaria, de modo que todo lo que suponga un avance para la causa revolucionaria es válido, y cuanto se le oponga, un obstáculo a eliminar. Verdad y mentira, desde esta perspectiva, devienen en categorías totalmente relativas y susceptibles de usos, manipulaciones, alteraciones; siempre, en aras del ideal revolucionario. Por ello, un día, desde ese tinglado electoral se puede rechazar la violencia terrorista –la lucha armada, la siguen denominando sin rubor alguno- y, al día siguiente, negarse a condenarla por considerarla inútil y un simplismo. ¿Mienten, acaso se contradicen? Para nada. ¡Sólo mienten los reaccionarios! Si se mira la realidad desde su peculiar óptica, mentir o ser veraces son actitudes totalmente secundarias en aras de los objetivos de su totalitaria cosmovisión. La verdad es lo apropiado… en el momento histórico concreto; siempre de cara al fin grandioso de la Revolución. En el marxismo, desde siempre, las cosas no siempre son lo que parecen ser (...)

Enésimo intento de reformulación de las extremas izquierdas
En unas ocasiones dentro, y en otras fuera, de Izquierda Unida, existe una galaxia de grupos y grupitos de la extrema izquierda que cubren un colorista arco iris: desde antiguos trotskistas, pasando por maoístas, pro-soviéticos, anarco-comunistas, ecosocialistas, feministas radicales, rojos, rojísimos e hiperrojos, etc., etc. Se mueven como formaciones políticas, pero también en todo tipo de asociaciones y plataformas solidarias con las más variadas causas: desde la lucha antinuclear, hasta el impulso al neosocialismo indigenista hoy en boga por América Latina. Se unen, se dividen, se coaligan, se escinden, desaparecen… Son cientos de siglas de todo tipo. Su vida se resume en aquel dicho, tan mentado años atrás: “un trotskista, un partido; dos trotskistas, una escisión”. ¡Criaturas!: son así, y no pueden evitarlo.
Por cierto, entre tal cantidad de siglas y tendencias, ¿no han advertido una ausencia? Efectivamente: no hablamos de pacifistas. De hecho, es algo que les une a todos ellos: la violencia puede ser legítima. Así, jamás condenarán el Gulag, ni las matanzas de la Revolución Cultural china, ni el terrorismo de extrema izquierda. Si quieren encontrar ustedes propuestas supuestamente pacifistas, búsquenlas en otras listas, como Europa de los Pueblos-Verdes, en la que recalan históricas siglas de otra “nueva izquierda”, como Aralar, BNG, EA, ERC, CHA, etc.
Volvamos a quienes nos ocupan. No pocos de los militantes de esa colorista y heterogénea galaxia lo hacen simultáneamente en Izquierda Unida; en Comisiones Obreras, en otras centrales sindicales de izquierda y nacionalistas; en organizaciones vecinales; en ONG’s, grupos ecologistas y antinucleares; como okupas... y lo que haga falta.
Forman, en definitiva, una compleja red, muy presente también en Internet, difícilmente accesible e inteligible, en sus debates y lugares comunes, para un profano ajeno.
Uno de sus objetivos siempre presente, aunque hasta ahora demorado, además de “hacer la revolución” a la que jamás han renunciado, es la “unidad” de la izquierda radical; con o sin Izquierda Unida.
Y en ello estaban, entre otras muchas cosas, cuando Iniciativa Internacionalista se formó en competencia con otras listas radicales a Europa; todas ellas tratando de situarse las primeras en el desfile.


Veamos las más significativas:
- Unificación Comunista de España. Peculiar grupúsculo inicialmente maoísta capaz de coquetear, en algún momento de su historia, con Izquierda Unida, el Foro de Ermua… ¡y el partido de Rosa Díez! No podrán contar con ellos, siempre prestos a cualquier pirueta imprevisible. Hipercríticos con ETA y partidarios de la unión nacional española. Se les ha acusado de secta. Raros, muy raros.
- Partido Comunista de los Pueblos de España. Lo que queda de la antigua escisión pro-soviética de Ignacio Gallego, de 1983, del Partido Comunista de España cuando éste, de la mano de Santiago Carrillo, se apuntó al efímero “eurocomunismo” marcando distancias con la todavía exultante Unión Soviética. Son pocos, pero dan guerra. Y permanecen en pie a la espera de una ocasión.
- Izquierda Anticapitalista. Fórmula electoral de los ancianos neotrotskistas herederos de la LCR y el MCE; imitadores del sorprendente resurgir francés de la extrema izquierda de la mano del Nuevo Partido Anticapitalista, de Olivier Besancenot, descendiente directo de la histórica LCR gala.


El sueño de todos ellos, y de otros tantos que ni siquiera participan en alguna de tales listas, sería la unidad, la confluencia en un único proyecto revolucionario; pero liderándolo. ¡Hay que reconquistar el Palacio de Invierno! Pero ni lo han conseguido hasta ahora, ni lo harán jamás.
Arrastran demasiadas historias de enfrentamientos sectarios, diferencias ideológicas, desafectos personales, rivalidades organizativas, puñaladas traperas, fidelidades inquebrantables… Con sus limitaciones, y en ocasiones sorprendentes capacidades, ahí están y seguirán. Y todos quieren arrimar el ascua a su sardina. Por ello, nunca podrán todos ellos confluir en una única plataforma. Pero los más decididos, los más capaces y audaces, tal vez puedan aglutinar a un buen número de ellos...
Todas esas listas electorales son expresiones tácticas de los diversos movimientos producidos en esa dirección. De los resultados alcanzados se derivarán posiciones de fuerza y autoridad en esa área que les harán valer frente a los rivales; se juegan el liderazgo de ese espacio en ebullición. No conseguirán unirse, pero lo seguirán intentando: está en el código genético… de su ideología.
Conclusiones
Tras este recorrido, se imponen unas breves conclusiones.
Iniciativa Internacionalista es un fruto táctico de la atracción ejercida por ETA y su MLNV en un sector de la extrema izquierda española.
Los beneficios de la operación se reparten tanto entre ETA, como entre sus simpatizantes neocomunistas españoles.
Iniciativa Internacionalista ha metido un gol al Estado español. De conseguir un escaño, proporcionará un importante altavoz a ETA; lo que supone un retroceso en la lucha antiterrorista y la pérdida de prestigio internacional de España.
Iniciativa Internacionalista pretende, además, liderar el proceso de redefinición de las extremas izquierdas ibéricas en un momento en el que varios candidatos aspiran a encabezar una alternativa radical con/frente Izquierda Unida.
En resumen, si Pamplona es la Jerusalém de los vascos, que decía Otegi, Euskadi es paraíso terrenal de los "abertzales" de todo el mundo. De tantos y tan paradójicos internacionalistas/nacionalistas. La revolución pendiente en marcha. La revancha de las nacionalidades proletarias. La aurora. La cuadratura del círculo. Ni más ni menos.

Los Países Bajos españoles (S. XVI)

[Marquesado de Anvers, Condado de Artois, Ducado de Brabante, Condado de Flandes, Señorío de Frisia, Señorío de Groninga, Ducado de Gueldre, Condado de Hainaut, Condado de Holanda, Ducado de Limburgo, Ducado de Luxemburgo, Marquesado de Namur, Señorío de Overijsel, Señorío de Tournai, Señorío de Utrecht, Condado de Zelanda, Condado de Zutphen]

En las 17 provincias que constituían los Países Bajos antes del levantamiento y en las 10 que después de él, quedaron sujetas a la dominación de España, nombraba el virrey o gobernador general todas las autoridades superiores; en sus manos y en las de sus representantes, estaba la administración de justicia; nombraba a los regidores, que desempeñaban las funciones de jueces, excepto en Valenciennes, que los nombraba por sí misma, y a los bailes que tenían el cargo de fiscales. Los tribunales de Flandes, la cancillería de Brabante y el alto tribunal de Malinas recibían de él sus asesores y su sueldo.

Antes de entrar en el ejercicio de sus funciones, el virrey, juraba la observancia de los estatutos, privilegios, cartas de franquicia, exenciones, inmunidades, derechos señoriales y en una palabra, todas las leyes de las diferentes provincias. En el desempeño de su cargo ayudábanle, como sabemos, un consejo de estado y otros especiales para la administración de justicia y el manejo de los caudales públicos.

Cada provincia tenía sus leyes particulares y su institución distinta; un privilegio de los Brabantinos, los absolvía del juramento de fidelidad, en caso de violar el príncipe las leyes del país; Malinas estaba exenta de todo tributo sobre los bienes raices de su clase media, y en ninguna provincia podía imponerse contribución o pecho alguno sin la anuencia de los estados, que se componían de los representantes del clero, de la nobleza y de las municipalidades; su organización, el número de diputados, su influencia y la extensión de su poder, variaban en las diferentes provincias. El virrey podía convocar los diputados de todas a asamblea general, pero como era necesaria la unanimidad de votos para hacer obligatorias las decisiones de los estados generales, raras vces los convocaba y prefería tratar sucesivamente, con los estados de cada provincia.

El Milanesado (S. XVI)

El Milanesado estaba regido por gobernadores con la doble autoridad civil y militar, auxiliados por una consulta o consejo privado, compuesto de los presidentes de los tribunales y de los oficiales superiores del tercio de Lombardía, y templaban su poder los derechos del arzobispo, los del senado y las municipalidades. Para disminuir los del primero intentó Felipe II en 1563 establecer en Milán el tribunal del Santo Oficio, fundado en la necesidad de mantener la pureza de la fe, comprometida por el continuo tránsito de tropas luteranas y calvinistas; mas no pudo lograr su propósito a causa de haberse amotinado la ciudad, y si bien lo abandonó, vengose del senado, que apoyara la oposición del clero y del pueblo, restringiendo sus derechos, y del pueblo interviniendo en la renovación de los consejos generales.

Antes de que esto sucediera el senado, cuyos miembros inamovibles nombraba el rey y tres de los cuales eran españoles, tenía derecho de confirmar o desechar los reales decretos, según eran conformes o contrarios a las leyes. El gobernador proveía todos los cargos públicos, pero sus nombramientos no eran definitivos hasta ser sancionados por el senado; los empleos se daban por dos años, y aspirado el término, podía aquél decretar una pesquisa sobre la conducta de los empleados a quienes la opinión pública acusase de haber prevaricado.

Finalmente, el gobernador tenía el derecho de indulto y no podía ejercerlo sin el asentimiento del senado, pero este derecho fue otro de los que perdió la asamblea milanesa en tiempo de Felipe II. Las franquicias municipales oponían antes de este monarca y aun después poderosa valla al planteamiento del poder absoluto. Los magistrados de las ciudades repartían la contribución mensual, y siempre que el gobernador pretendía cobrar nuevos tributos o percibir un donativo voluntario, había de convocar los consejos generales de Cremona, Milán, Como y otras ciudades. Estas asambleas, cuyos miembros llevaban el nombre de decuriones, eran presididas como en la Edad Media por un modesta, nombrado por el gobernador; discutían las peticiones que se les presentaban, decidían a pluralidad de votos y con frecuencia desechaban los pedidos de dinero, que les parecían en exceso onerosos. Cada municipalidad tenía en Milán un orador que defendía sus intereses cerca del gobernador español.

El Franco Condado (S. XVI)

El Franco Condado, parte del círculo de Borgoña que estaba bajo la protección de los emperadores de Alemania, conservó, reinando la casa de España, sus antiguos privilegios. Él mismo fijaba el importe de sus tributos que no aumentaban el tesoro del monarca, puesto que lo recaudado quedaba en la provincia, empleándose en fortificar ciudades, abrir caminos y mantener una buena policía. La autoridad del gobernador estaba templada por la del parlamento, que residía en Dole y que luego se trasladó a Besançon; de una y otra se podía apelar ante el gobernador de los Países Bajos, y en última instancia se recurría al consejo de aquel estado residente en Madrid.

9/6/09

El virreinato de Nápoles del S. XVI

Como otros dominios de la monarquía, situados fuera de la península, eran regidos a nombre del rey, por virreyes o gobernadores, cuyo gobierno en general humano, afable y entendido, permitió conservar por mucho tiempo unidas a la corona, tan diferentes y remotas provincias.

Los Napolitanos participaban mas que sus vecinos, en las cargas de la monarquía. Los virreyes habían aprovechado las disensiones que dividían a la nobleza y a la clase media, para tener a ambas bajo su dependencia, lisonjeando a una y otra, alternativamente. Además, habían en gran parte sustraido al clero de la protección de la Santa Sede prohibiendo bajo graves penas la introducción de todo breve a que no precediese el exequatur, y aunque habían sido infructuosos los esfuerzos de Carlos I y Felipe II para introducir en aquel reino el tribunal de la Inquisición, podía decirse que en ninguno de los dominios españoles excepto Castilla, era como en él la autoridad de los monarcas, mas libremente ejercida y mas generalmente acatada, sirviendo sus naturales en todas ocasiones con cuantiosos donativos de hombres y dinero.

Subsistían aun las antiguas dignidades de gran juez, gran proto-notario y gran canciller, pero eran puramente honoríficas. Los seggi, que se juntaban en Nápoles y se componían de diputados de la nobleza, los eletti, elegidos por las ciudades para velar por el mantenimiento de las franquicias municipales, habían perdido todo su influjo desde que los virreyes se arrogaron el derecho de anular cuantos nombramientos no eran favorables a los designios que abrigaban.

El poder residía en el Consiglio di la Sommaria Della Camera al que correspondían los asuntos concernientes al patrimonio del monarca, y en el Consiglio Collaterale, compuesto de dos españoles y un napolitano que se juntaban todos los días en el palacio del virrey, formando su consejo privado. Este último consejo, presentaba listas de candidatos para todos los empleos vacantes, y el virrey elegía entre ellos, sin que la corte de Madrid, que dejaba a su representante en libertad ilimitada, se opusiera nunca a estos nombramientos. La mayor parte de empleos, se daban a españoles o a napolitanos oriundos de familia española.

8/6/09

Fuero de Vizcaya en el S. XVI

Vizcaya tenía su libro de fueros, franquicias, libertades, buenos usos y costumbres, confirmado por Carlos I en 1527 y por algunos de sus sucesores. Se organizaba así: el corregidor, nombrado por el rey, presidía la Diputación y votaba con ella; había de ser letrado y vizcaíno de nacimiento, y tenía a sus órdenes tres tenientes, uno de los cuales residía en Guernica con el título de teniente general; uno y otros juzgaban todas las causas civiles y criminales. La Diputación, compuesta del corregidor y de dos miembros elegidos por la Junta General, estaba encargada de la administración del señorío, repartía los tributos, dirigía la defensa pública en caso de guerra, y en circunstancias graves se constituía en alto tribunal de justicia.

El Regimiento constaba de la Diputación y de seis regidores creados por cédula del año 1500. Se reunía una vez al año o mas si la Diputación lo juzgaba necesario, y sus funciones eran puramente administrativas. La Juan General se componía de diputados de todos los pueblos de Vizcaya; cada uno elegía los suyos, que acostumbraban a ser sus fieles o sus alcaldes, en una asamblea pública a que asistían todos los habitantes con tal que fuesen vizcaínos de raza pura, mayores de edad y con casa abierta. Los diputados acudían el día señalado bajo el árbol de Guernica, y después de examinados sus poderes por la Diputación, iban a una ermita inmediata al árbol para prestar juramento y quedaba constituida la Junta. Sus atribuciones eran fijar los gastos públicos, votar los tributos y proveer los empleos vacantes. Dábase cuenta de los asuntos en idioma castellano y se discutían en vascuence.

Los privilegios mas importantes del señorío eran los siguientes: todo Vizcaíno era noble y gozaba de los derechos anexos a este título, aun cuando dejase su tierra para establecerse en otra de España. Los vizcaínos no podían ser juzgados fuera de su provincia, ni pagaban mas tributos que los consentidos por la junta a título de donativo gratuito. Gozaban de absoluta libertad de comercio y el rey no podía establecer estancos en el señorío. Cada pueblo tenía sus propios y arbitrios particulares de los cuales disponía con independencia del cuerpo principal, rindiendo sus cuentas al corregidor o a su teniente. No podían darse empleos públicos sino a vizcaínos de nacimiento; el rey no podía enviar tropas a Vizcaya, y los naturales, que no habían de servir fuera de su territorio a no ser que se prestasen a ello voluntariamente (lo cual hacían los muchos de ellos), estaban obligados a defender su señorío en caso de guerra con Francia. No podía el rey, construir plazas fuertes sin el consentimiento de los habitantes; éstos tenían el privilegio de acatar sin cumplir las órdenes del soberano contrarias a sus fueros, y los reales decretos no eran admitidos, hasta que se presentaban por el corregidor al pase de la Diputación.

Juan de Urbieta, el soldado que capturó a un rey

Nicolás de Soraluce, guipuzcoano y celoso de las glorias patrias, remitió en su día nuevas noticias a Víctor Gebhardt sobre Juan de Urbieta:

Soldado vizcaíno que puso su espada en el pecho de Francisco I y le intimó la rendición al caer el monarca francés derribado con su caballo entre el fragor de la pelea, en la batalla de Pavía. Era capitán de caballería y natural de Guipúzcoa (antiguamente se denominaban con el nombre general de vizcaínos a los naturales de cualquiera de las tres provincias vascongadas):

Carta de Francisco I, Rey de Francia, a los 10 días de su prisión en la batalla de Pavía

Francisco, por la gracia de Dios, rey de Francia. Hacemos saber a todos aquéllos a quien tocare, que Juan de Urbieta, del señor don Hugo de Moncada, fue de los primeros que se hallaron en nuestro riesgo cuando fuimos presos delante de Pavía, y nos ayudó con todo su poder a salvar la vida, en que le estamos en obligación: y entonces nos pidió diésemos libertad al dicho señor Hugo, su amo, nuestro prisionero. Y porque esto es verdad, hemos firmado la presente de nuestra mano en Pizgueton a cuatro días de marzo de 1525. FRANCISCO (Traducción hecha con autoridad del teniente de corregidor de Valladolid a 15 de julio de 1615 a petición de doña Marta de Alcayata, viuda del capitán Sebastián de Urbieta).

Testamento de Juan de Urbieta, otorgado en la Villa de Hernani a los 22 de agosto de 1553, ante Martín de Percaztegui

Después de la invocación de la fe, de algunas mandas y de fundar un mayorazgo a cuyo goce llama a Juan Esteban de Urbieta, su hijo natural, se lee esta cláusula: “Y en la mejor forma, manera y facultad y fuerza que sea y ser pueda para la conservación del dico mayorazgo y mejorazgo, y puedo, y se requiere para valer y ser estable, firme y valedero para siempre jamás, de derecho y de fecho de los dichos bienes que tengo y poseo y armas y devisa que Su Majestad me hizo merced, para que las trajiese y pusiese en donde yo quisiere; que son un escudo y dentro del escudo un campo verde, y junto al campo el río Tesino pintado con las ondas de la mar, y por encima del río un campo blanco, y en el campo verde debajo un medio caballo blanco, en el pecho una flor de lis con su corona y el freno y riendas coloradas y la rienda caida al suelo y mas un brazo armado con su estoque alzado arriba. Todo está dentro del escudo apegado un yelmo, alzada la devisa, y encima del yelmo por timbre el águila negra imperial partida con dos cabezas, todo pintado como parece por el privilegio y merced que de ellas me hizo Su Majestad por la prisión del rey de Francia y otros servicios. Y es mi voluntad que después de mis días los haya, tenga, herede y posea y suceda en todos ellos el dicho Juan Bautista de Urbieta, mi hijo natural, legitimado por Su Santidad y el emperador nuestro señor”.

Fuero de Guipúzcoa en el S. XVI

Guipúzcoa se regía por la recopilación formada en Tolosa en 1583, la cual fue aumentada y corregida en 1692 por encargo de la provincia, imprimiéndose en 1696 con el título de Nueva recopilación de los fueros, privilegios, buenos usos y costumbres, leyes y ordenanzas de la muy noble y muy leal provincia de Guipúzcoa. La Junta General, compuesta de 57 miembros elegidos por las 57 alcaldías, se reunía todos los años en julio para redactar las nuevas leyes que reclamase el interés público. Antes de disolverse delegaba sus poderes en cuatro diputados generales, que debían tomarse de las ciudades de San Sebastián, Tolosa, Azpeitia y Azcoitia. El diputado general de la población en que residía aquel año el corregidor, en unión con su adjunto y los dos primeros capitulares de la misma, formaban la Diputación ordinaria que entendía en todos los negocios de la provincia que no fuesen de gran entidad; para éstos había de convocarse la Diputación extraordinaria, compuesta de los cuatro diputados generales, la cual había de reunirse además, dos veces cada año.

El corregidor o juez supremo, presidente de la Diputación y de la Junta, aunque sin voto, era elegido por los mismos naturales, y había de residir tres años en cada uno de los pueblos antes mencionados.

Los Guipuzcoanos eran nobles y como tales, no prestaban servicios sino a título voluntario; comerciaban libremente con Francia, Inglaterra y los demás reinos de España, y este tráfico, junto con la industria, era su único recurso por lo reducido y estéril del territorio; tenían el privilegio de no servir fuera de su tierra, a la que defendían por si mismos en caso de guerra con Francia o la Gran Bretaña; solo Irún y San Sebastián podían recibir guarniciones reales, y finalmente estaban autorizados los guipuzcoanos para no cumplir las órdenes del rey, contrarias a sus leyes particulares.

7/6/09

Fuero de Álava en el S. XVI

Álava, regíase por el cuaderno de las Ordenanzas de Rivabellosa, que modificaba y ordenaba las antiguas leyes, y fue confirmado por Carlos I en 1537 en las cortes de Valladolid. La provincia se dividía en 53 hermandades, las que en 1º de enero de cada año nombraban los alcaldes, cuya jurisdicción se extendía a los delitos de incendio, asesinato o atentado, contra la propiedad.

La Junta General, que se reunía dos veces al año, era frmada por los alcaldes y procuradores de las hermandades, por el tesorero de la provincia y por dos escribanos; en ella se nombraba el diputado general o maestre de campo, y este jefe superior de la provincia, reunía el poder civil y militar y fallaba en última instancia. Dos secretarios y un suplente nombrados por la Junta, le ayudaban en sus funciones y seis miembros de aquella asamblea, le servían de Consejo. El diputado general, era reelegido cada tres años y no daba cuenta de su conducta sino a la asamblea de que era mandatario.

Los alaveses, como los vizcaínos, comerciaban libremente con las provincias limítrofes de Francia y de España. Tenían el privilegio de no servir fuera de su país, y en caso de guerra con Francia, ellos mismos defendían a Fuenterrabía, llave de las provincias, y la frontera de los Pirineos. Lo mismo que los vizcaínos, acataban pero no cumplían las órdenes del rey contrarias a sus fueros. En la provincia no había agente alguno de la autoridad real, puesto que la Junta proveía todos los empleos públicos, y por medio de una compañía de treinta caballos o celadores, ayudados del buen espíritu de los naturales, conservaba en todas partes el orden y la tranquilidad.

5/6/09

Poema latino sobre el Cid

Anteriormente al Poema del Mío Cid, Rodrigo Díaz de Vivar ya había sido mencionado en una relación del sitio de Almería casi contemporánea, escrita en versos leoninos y en un lenguaje que no es ya latín, ni aun tampoco castellano. Por muchos títulos juzgamos dignos de que se conozcan algunos de aquellos versos:

Ipse Rodericus mio Cid semper vocatus,
De quo cantatur, quod ab hostibus haud superatur,
Qui domuit Mauros, comites domuit quoque nostros,
Hunc extollebat, se laude minore ferebat,
Sed fateor virum, quot tollet nulla dierum,
Mio Cid primus fuit, Alvarusque secundus.
Morte Roderici Valentia plangit amici
Nec valuit Christi famulus eo plus retineri.

(Auctor Chronicae Imperatoris Adephonsi VII in poemate de Almeriae subjugatione)

Don Alfonso X el Sabio, trovador de la Virgen

Escribió varias poesías, muchas de ellas en lengua galaico-portuguesa. Trovador de la Virgen, compuso cantares e sones saborosos de cantar en alabanza de Nª Señora, interesantísimo monumento de la poesía y de la música de aquella época:

Virgen madre gloriosa,
De Deus filla e sposa,
Santa, nobre, preciosa
Quen te loar saberia
Ou podia!
Ca Deus que é lumne e dia,
Segund a nosa natura
Non uiramos sa figura
Se non por ti que fust alva...
Tu es alva que parezes
Ante Deus, e esclarezes
Os ceos e que merezes
D'auer essa compannia;
E querria
Teu ueer con el, ca seria
Quite de maa ventura
E metudo na folgura
Ues con Deus ondé é alva.

Poesía en latín, a la muerte de Ramón Borrell III

Esta poesía en mal latín del S. XI (pues el idioma latino era todavía el lenguaje oficial y literario, aunque corrompido y alterado en su sintaxis, en sus casos y declinaciones, y salpicado también de palabras nuevas y extrañas) fue compuesta a la muerte del conde de Barcelona, Ramón Borrell III:

Ad carmen populi flebile cuncti
Aures nunc animo ferte benigno,
Quot pangit meritis vivere laudes
Raymundi proceris patris et almi.
Bellisterra potens ubere gaudens,
Quo nunc Hesperiae vulnere languens,
Cui turris patriae est lapsa repente
Raymundus procer, hunc morte premente.

¿Qué es un Tirano?

Ésta es la definición que en la Edad Media aparecía en las Siete Partidas de Alfonso X. Como se puede observar, los tiempos cambian pero los tiranos permanecen (ya sea en regímenes totalitarios, como en democráticos tales como el de Obama, Unión Europea, ZP y un largo etc...):

Tirano, tanto quiere decir como señor que es apoderado en algún regno o tierra por fuerza, o por enganno, o por trayción. E estos atales son de tal natura, que después que son bien apoderados en la tierra, aman mas de facer su pro, maguer sea danno de la tierra, que la pro comunal de todos, porque siempre biven a mala sospecha de la perder. E porque ellos pudiessen cumplir su entendimiento mas desembargadamente, dixeron los sabios antiguos que usaron ellos de su poder siempre contra los del pueblo en tres maneras de arteria. La primera es, que estos atales punan siempre que los de su señorío sean necios e medrosos, porque quando tales fuessen, non ossarían levantarse contra ellos, nin contrastar sus voluntades. La segunda es que los del pueblo ayan desamor entre sí, de guisa que non se fíen unos de otros, ca mientra en tal desacuerdo bivieren, non ossaran facer ninguna fabla contra él, por miedo que non guardarían entre si fé, ni paridad. La tercera es que punan de los facer pobres, e de meterles a tan grandes fechos que los nunca pueden acabar; porque siempre ayan que ver tanto, en su mal, que nunca les venga el corazón de cuydar facer tal cosa que sea contra su señorío. E sobre todo esto siempre punaron los tiranos de estragar a los poderosos e de matar a los sabidores…Otrosí dezimos que maguer alguno oviesse ganado señorío del regno por alguna de las derechas razones que diximos en la ley ante desta, que si el ussase mal de su poderío en las maneras que de suso diximos en esta ley, quel pueden decir las gentes tirano, e tornarse el señorío, que era derecho, en torticero.

Poesía occitana de Pedro III de Aragón

A finales de 1284 o principios de 1285, cuando los franceses preparaba su invasión y Don Pedro III su resistencia, dirigió éste a Pedro Salvatge (sin duda su trovador familiar) el siguiente canto en lengua occitana provenzal:

Peire salvagge den greu pessar
Me fa estar
Dius una maizó
Las flors que say vólon passar
Senes guardar
Dreg ni razó;
Don prec asselhs de Carcasés
E d'Ajenés
Et als Guascós prec que lor pes
Si flors me fan mermar de ma tenensa;
Mas tal cuia sai gazanhar perdó
Qu'el perdós li er de gran perdició.
E mos neps que flor sol portar,
Vol cambiar
Do no-m sab bo,
Son senhal, et auzem comtar
Que-s fai nomnar
Rey d'Aragó,
Mas cuy que playsdo cuy que pes
Los mieus jaqués
Se mesclarán ab lor tornés
E plass'a Dieu qu'el plus dreyturier vensa;
Qu'ieu ja nulh temps per bocelh de Bretó
No laysarai lo senhal del bastó
E si mi dons al cor cortés.
Ples de totz bes,
Salvagge, valer mi volgués
E del seu cor me fes qualque valensa
Per enemicx no-m calgra garn izó
Ni desplegar pennol ni confaló.

4/6/09

Remembering Lepanto

Fuente: Hyeronimus (Hispanismo.org)



The future author of Don Quixote, Miguel de Cervantes, served on one of the Christian galleys in what he called the greatest naval sea battle in history and the most important to that time for the safety of Europe.

The Turks had been massing an enormous fleet for an invasion of Italy. The preparations began to be reported on many months in advance. It was the year 1571 when that fleet was gathered near a port in Greece, not far from the Gulf of Lepanto. For over a year, Pope Pius V had tried to alert the great powers of Europe to the coming menace. But England, France, and the regional powers of what later became Germany were preoccupied with the turmoil of the Reformation.

Only Don Juan of Austria, the bastard son of the king of Spain, was stirred by the danger. Despite his youth, despite his modest standing, Don Juan sent out urgent appeals and eventually gathered a sturdy fleet, outfitted with new warfare technologies invented in the West and rapidly mass-produced by the fledgling ship-building and armament firms of what was later to be called “Western capitalism.” He gathered fleets from Venice and Genoa, from Spain, and from the Knights of Malta. In a deliberately preemptive strike, blessed by the pope, this small fleet set sail to catch the Turkish armada before it left the waters of Greece.

The Venetians, on the left flank of the battle line, were especially passionate. Not long before, the Turks had so battered an island port maintained by Venetians (and others) that the Venetian commander, Marcantonio Bragadino appealed for a truce. The Turks promised him and his subjects safe passage — and then took him prisoner, beat him, cut off his nose and ears, put a collar on him, and made him crawl like a dog before the conquering army. In a little cage, he was hoisted up on the mast of the galley so that all in the fleet and on land could see him. Then he was brought down, flayed mercilessly, his skin carefully stripped from his body as he died (the skin was later stuffed with straw and sent off to Constantinople as a trophy). Thousands of Venetians and others were slaughtered on the spot, or driven off in captivity for service on Turkish galleys or in Turkish harems.

But other elements of the Christian fleets were also angry. For decades now, the Turks had used their near-supremacy in the Mediterranean to make constant raids on the Christian communities near the sea, and hauled away young women and men for the harems, and stronger men for the galleys.
Indeed, many of the galley slaves pulling the oars of the Turkish fleet sailing proudly and confidently into the Gulf of Lepanto were Christians captured in these and other ways. There they were starved, beaten, and living in their own waste, kept just strong enough to pull on the great oars, to which they were chained. Furiously, below decks, some of these galley slaves were struggling to break through their chains once the battle was joined. Finally some did, and rose up from below deck swinging their chains and causing mayhem among already embattled Muslim sailors.

Since Osama bin Laden and others often cite these battles, for which he is still seeking revenge, it is not unwise for the people of the West to bear them in mind. Besides October 7, 1571 — the great victory by Jan Sobieski’s Polish calvary over the Turks outside the gates of Vienna on September 11-12, 1683 — deserves to be remembered.

The two greatest naval forces ever assembled — 280 ships in the Turkish Armada, some 212 on the Christian side — came into each other’s sight on the brilliant morning of October 7. So confident was the Turkish admiral, Ali Pasha, that he sailed proudly at the center of his own Armada, bringing with him on vessels just to his rearhis entire fortune, and even a part of his harem.
Historians tell us that all over Europe a pall fell. Few had hopes that the Christian fleet could avoid the doom that seemed to hang over Italy. The pope had urged all Christians to say the rosary daily on behalf of the brave crews on the Christian galleys. The rosary is a simple prayer that can be said in almost any setting, and had already achieved a certain popularity among humble folk. With each decade of the Hail Marys they had been taught to reflect upon a different event in the life of Jesus. The beads went through one’s fingers as regularly as the blood through one’s body, as regular as heartbeats and the breathing of the lungs.

To make a long story short, Don Juan aimed his own galley directly at the heart of the Turkish armada, directly at the clearly colored sails of theAli Pasha’s galley, with its great green flag, inscribed 28,000 times with the name of Allah in gold. The Venetian vessels sailed furiously into the Turkish right wing, and with the help of the revolt of the galley slaves collapsed that wing. Six of the largest Christian vessels had been outfitted with a platform elevated above normal levels on which rows of devastating cannons were arrayed. Blasts from these new cannons were withering, and within minutes sank dozens of Turkish ships. The sea, witnesses said, was covered with flailing sailors, floating turbans, pieces of wood and sail.

The passion for defending their own civilization against ruthless invaders also strengthened the muscles of those engaged in the close, bloody, violent hand-fighting when one vessel came alongside another. But it was mainly the new firepower of the smaller Christian fleet that quickly sank galley after galley until, after not too many hours, the Turkish center also collapsed, as if cut through by a hot knife. The Admiral’s galley was captured, along with 240 more Turkish ships.

Only on the other flank some Christian vessels hesitated, approached the enemy half-heartedly, and thus spurred defections by still other vessels. Although even there some acts of heroism appeared, a number of Turkish vessels were able to slip away through that gap in the battleline.

The Christian victory was far more complete than anyone had dreamed. The victory seemed to many quite miraculous, and victory was immediately attributed to Our Lady Queen of the Rosary — soon to be called by a new title, Our Lady Queen of Victory. All over Europe, from city to town, church bells rang out continuously when news of the impressive victory arrived. Ever since, October 7 has been celebrated as a feast day by the Catholic Church.
Whole great rooms of palaces in southern Europe have been given over to immense paintings celebrating episodes in that epic battle. All Europe, historians recount, drew a deep breath of relief and gratitude. It was as if an oppressive cloud had been lifted, some wrote. G. K. Chesterton wrote a rousing epic poem about the great event, a magnificent treat to read to young children — and even for mature adults.

Since Osama bin Laden and others often cite these battles, for which he is still seeking revenge, it is not unwise for the people of the West to bear them in mind. Besides October 7, 1571 — the great victory by Jan Sobieski’s Polish calvary over the Turks outside the gates of Vienna on September 11-12, 1683 — deserves to be remembered. But there were also other great battles — some victories, some defeats — over that thousand-year period that still live in memory, or should.

Michael Novak