24/2/11

Causas de la perversidad del hombre (y de la sociedad)


El hombre no supo guardar largo tiempo la alta nobleza de su origen, la inefable dignidad de su ser, que solo a él había concedido Dios, según opinaba San Agustín y otros venerables Santos.

El hombre entregándose al error, su entendimiento se hizo impotente para engendrar pensamientos santos y elevados, y ya no representó a Dios Padre. Su razón, abusando de su luz contra el que se la había concedido, en lugar de complacerse en Dios se contrajo a complacerse y enorgullecerse en sí misma, y ya no representó al Dios Hijo. La voluntad, corrompida y degradada por la perversidad con que se dirigió al mal, no representó ya al Dios Espíritu Santo.

El hombre era fortaleza, sabiduría y amor, y se convirtió en debilidad, sirazón y egoísmo. La causa del caos de la civilización moderna: el abandono de la revelación y las tradiciones. Se ha menospreciado y ridiculizado hasta la saciedad la única moral que es la del Evangelio santo. No se ha invocado ya la poderosa Trinidad, en nombre de la cual solamente todo comienza bien, todo se mantiene, todo se afirma, todo prospera, todo tiene consistencia y duración, todo es luz.

Hoy predomina la paradoja, es decir, la máxima de que nosotros (los abanderados del Progreso y la Modernidad) a todos conozcamos y a nosotros nadie nos conozca (ni nuestros medios, ni mucho menos nuestros fines); admitir los principios y negar las consecuencias naturales y lógicas, que era la máxima de Epicuro y demás paganos de la antigüedad.

Ya no se entiende hoy la verdadera condición del alma humana, de estar unida al cuerpo, ni de las relaciones de Dios con el hombre, ni del mismo hombre en sociedad, ni menos del destino final del hombre; así es que éstos, nunca tienen mañana. El orden perfecto no admite diferencias sin gradaciones; el orden resulta del escalafón de los seres, colocados de manera que el punto menos perfecto del ser que precede, toque el punto mas perfecto del que le sigue. Ésta es la ley inmutable del orden, y su falta de observancia la causa del caos que hoy reina.

El alma humana, aun dependiente del cuerpo para sentir, no depende de él para comprender; comprende por sí misma. Dios la ha creado en sí misma y por sí misma. Tiene una subsistencia que le es propia. El cuerpo es el instrumento de esta operación, pero no es la causa, y es menos todavía causa de la subsistencia del alma según Sto. Tomás. Para conocer bien al hombre es necesario considerarle en sus relaciones con el todo. Todas las sustancias intelectuales e inteligibles no subsisten sino como emanaciones de la bondad divina. Así el ser material está sometido al ser intelectual, porque se acerca todo lo posible a la naturaleza de Dios. La gracia es el reflejo de la naturaleza increada sobre la naturaleza creada, es la vestidura celestial con que Dios se digna revestir a la criatura racional, y que la ennoblece.

Hoy todo es racionalismo (los arrianos de nuestros días), que provoca el desorden en las creencias y esto genera la duda, y el desorden en las costumbres genera remordimientos, así como el desorden en la política genera anarquía. La duda destroza el corazón, y la anarquía destroza la sociedad aunque venga disfrazada de falsa democracia (pues la verdadera solo se ha dado en tiempos de Pericles).

No olvidemos nunca qué somos y quiénes somos. La tierra es nuestro lugar del combate; el cielo, el lugar del triunfo. La tierra, el lugar del trabajo; el cielo, el lugar del descanso. La tierra, el lugar de los merecimientos; pero el cielo, el lugar de las recompensas. La tierra, es el lugar del destierro: el cielo es nuestra verdadera y eterna patria. Habitemos, pues, en el cielo por la fe, la esperanza y el deseo, con el fin de que un día tengamos la dicha de habitar en él por nuestras personas.

16/2/11

Un carlista en la corte de la Reina Victoria




Discurso de O'Clery en la Cámara de los Comunes, con objeto de obtener del gobierno británico el reconocimiento, como beligerante, del gobierno carlista (10 de junio de 1875):


(…) la gigantesca lucha a que asistimos llenos de emoción, comenzó tres años hace, durante el nefasto reinado de Amadeo de Saboya. Fue inaugurada por un puñado de valientes en Vizcaya y Cataluña. Hoy día el ejército real cuenta mas de 75.000 bayonetas, tropas aguerridas, ejércitos disciplinados al igual que cualquier otro ejército europeo y los generales de Carlos VII ocupan, no solo en el interior de las provincias vascas, mas también Aragón, Cataluña, Valencia y gran extensión del litoral cantábrico, con numerosos puertos de mar, ocupación que los relaciona politicamente con todas las potencias marítimas, y da una importancia mayor a su reconocimiento(...)

(...)no es asunto de una insurreción pasajera. Carlos VII en las provincias vascas y demás, es rey tan de hecho, como don Alfonso en Madrid y en el mediodía (…). Puede decirse, que los carlistas han creado una nueva potencia en Europa.

(…) ¿Han establecido los carlistas su derecho a un reconocimiento oficial? Yo contesto rotundamente ¡Sí!, y de varias maneras. En el momento actual el gobierno de Carlos VII goza del derecho de antigüedad en España. Su pabellón es el primero que ha sido desplegado en la lucha actual (…) Cuando, por vez primera, desplegó a los vientos de los Pirineos los pliegues de su bandera real, fuerte en su fe, en su derecho, en el amor de su pueblo, hollaba un extranjero el suelo de España y Amadeo de Saboya entronizábase en Madrid por gracia de la revolución oficial (…). La monarquía restaurada de don Alfonso, apoyada sobre la influencia prusiana, sobre el liberalismo cosmopolita y sobre la conspiración de los pretorianos de Valencia y Madrid.

(…) a esos gobiernos que brotan en una noche y mueren al día siguiente, se les reconoce, mientras que se rehusa un simple reconocimiento de beligerancia a los carlistas.

(…) el Rey ha concedido sus antiguos fueros al pueblo vasco, que le presta con júbilo el concurso de sus brazos para la reivindicación de sus derechos (…) Quiérase o no se quiera, existe, de hecho, un gobierno carlista, poseedor de un ejército fiel, disciplinado, aguerrido y victorioso, y si eso no constituye una potencia beligerante, ignoro la insignificación del vocablo.

(…) No he querido hacer ver aquí mas que un simple relato de los hechos. Nada he exagerado, nada suprimido. Soy realista y carlista, es verdad y de ello me envanezco; pero mis simpatías hacia el rey Carlos VII, en nada pueden afectar a la importancia de la cuestión (…) por creer yo firmemente, que en el advenimiento de un rey caballero al trono de sus mayores, reside la última esperanza de la reconstrucción y de la estabilidad del reino de España.

(…) Termino pidiendo a la Cámara, que exprese a S. M. la Reina su dictamen de que ha llegado el momento en que es justo y útil reconocer, como beligerante, al ejército y a las poblaciones que pelean bajo el pabellón de S. M. el rey Carlos VII."