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2/11/09

El gallardo espíritu caballeresco



Es hecho muy de bulto y deslumbrante en aquella vigorosa sociedad de los siglos medios. Espíritu que, mezcla de blandura y de fiereza, de religión y de pasiones mundanas, fue originado por el alto lugar que el cristianismo diera a la mujer en la sociedad; nacido en el seno del feudalismo y extendiéndose rapidamente, produjo las acciones mas heroicas, dió origen como hemos visto, a una literatura rica de imaginación y sentimiento, y contribuyó no poco a amansar y a suavizar las feroces costumbres de los señores feudales.

La galantería era el principal deber del caballero; una galantería llevada a la exageración por parte del hombre, combinada de un modo singular por el valor mas heroico, con el desprendimiento mas sublime, con la fe mas viva y la religiosidad mas ardiente. Dios y su dama: he aquí el eterno pensamiento del caballero, lo que embarga sus facultades todas, lo que ocupa todos sus instantes, lo que llena toda su existencia.

En el código de las Partidas se halla consignada ya la galantería como uso de los tiempos pasados:
“E aun porque se esforsasen mas, tenían por cosa guisada que los que oviessen amigas que las nomnasen en las lides porque les creciesen los corazones e toviessen vergüenza de errar.”

En el ordenamiento de la banda de Alfonso XI se habla de
“segunda manera de lealtad, que es amar verdaderamente a quien se oviere de amar, especialmente a aquella en quien pusiere el caballero su intención (…). Que ningún caballero de la banda estoviesse en la corte sin servir alguna dama, no para la deshonrar, sino para festejarla o casarse con ella, y cuando saliese fuera la acompañase como ella quisiere, a pie o a caballo, llevando quitada la gorra y faciendo su mesura con la rodilla.”

El espíritu caballeresco de los españoles brilló con todo su esplendor en la guerra de Granada, lanzó aun sus fulgores en las campañas de Italia, y fue fomentado por los descubrimientos en mares hasta entonces ignorados.

El español, corriendo entre islas y continentes nunca vistos por hombre civilizado y poblados por la imaginación de maravillas y terribles encantos, desafiaba el peligro bajo todos sus aspectos; la muchedumbre de contrarios que le oponían los indefensos naturales de los países donde se veía arrojado, mil de los cuales, según palabras de Colón, no equivalían a tres españoles, contribuía a exaltar su mente, y la brillante fortuna que el mas infeliz aventurero alcanzó muchas veces, ora realizando con sola su espada sueños mas magníficos de lo que pudiera concebir jamás la imaginación, ora destronando a una antigua dinastía de reyes bárbaros; cosas eran tan extraordinarias como los mas extravangantes delirios de Ariosto. Sus compatriotas, que permanecían en España, alimentábanse con ansia de las relaciones de los aventureros, y cómo ellos vivían en una atmósfera de hazañas y portentos, llegando así a penetrar hasta los ángulos mas recónditos de la nación un espíritu de caballeresco entusiasmo que aun a los mas humildes llenó de altos pensamientos e inspiroles una altiva persuasión de la dignidad de su naturaleza.

14/10/09

Caballería carlista (1872-1876)


Fue siempre la caballería un tanto precaria. Pérula echó los primeros cimientos de su organización. La atrevida expedición que con una partida hizo el ex-escribano al comienzo de la guerra, por Castilla la Vieja, esquivando la vigilancia de la brigada de caballería que mandaba el brigadier Villapadierna, proporcionó nuevos caballos al entonces naciente ejército.

Al principio no servía mas que para ordenanzas y escoltas. La de Dorregaray portose bien en Eraul. Los 200 caballos que, a fines de 1874, poseía el ejército carlista del Norte, se multiplicaron hasta llegar en 1875 a 2.000 y pico, en cuya cifra iban comprendidos no solo los dos regimientos de Navarra y Vascongadas, y la escolta real, sino el regimiento de Castilla y los 2 escuadrones de Asturias, los 2 cántabros y las acémilas, trenes de artillería, ingenieros, administración, sanidad, etc.... En la caballería se echaba de menos la uniformidad y abundaban los caballos detestables (no importaba edad, casta y alzada del animal), aunque no faltaban los de porte imponente, generalmente caballos particulares de jefes y oficiales.

El Escuadrón Real, llegó a constar de 400 plazas; llevaban boina encarnada, con chapa de plata bruñida y una C y un 7 de oro fino, rematadas ambas figuras de una corona; dorman-spencer azul turquí con cordones negros; en el cuello dos anchos galones de plata; en las mangas un galón ancho de unos 5 cm., también de plata y con flores de lis bordadas; pantalón encarnado con doble franja azul y medias botas; espuelas vaqueras de ordenanza y sable de caballería ligera y revólver. Brida de cuero leonado; cubre capote, maletín y sudadero azul turquí, galonados de plata y con las cifras C7. Los oficiales colocaban los galones de su graduación por bajo del galón flordelisado. Los subtenientes de caballería eran cadetes en el escuadrón; los capitanes, tenientes; y así de los demás, y Don Carlos VII, coronel, cuyo uniforme ostentaba con mas frecuencia que el de capitán general. La caballería restante vestía dorman-spencer azul con brandeburgos o alamares negros, y como de reglamento, aunque pocos lo seguían, pantalón de badana. La boina, azul o encarnada según la provincia; por armamento, sable corvo, tercerola o lanza y algunos revólver.

El máximum de fuerzas fue el siguiente:
- Navarra: 685 caballos.
- Vizcaya: 111 caballos.
- Guipuzcoa: 121 caballos.
- Álava: 108 caballos.
- Castilla y Asturias: 947 caballos.
- Cuerpos diversos: 696 caballos.
- Principado de Cataluña: 1.385 caballos.
- Centro (Aragón, Valencia, Castilla la Nueva, Reynos de Andalucía, etc...): 1.530 caballos.

En total unos 5.583 caballos. Su comandante general era el mariscal de campo marqués de Valdespina: El Regimiento nº1 del Rey: 5 escuadrones; el nº2 Borbón, 5 escuadrones; el nº3 del Cid, 4 escuadrones; 1 escuadrón de La Rioja y 1 de Aragón (cada escuadrón tenía unos 120 caballos).

8/5/09

Los libros de caballería, en la Edad Media

En aquellos tiempos, la mayor fecundidad de la imaginación, se empleaba en los libros de caballería, escritos en Prosa, que hoy yacen sepultados en completo olvido, después que les descargara el golpe de gracia, la obra inmortal de Cervantes. Créese generalmente que esta clase de libros hubo de principiar en Inglaterra y norte de Francia, pues eran igleseses y franceses sus primeros héroes.





Ocupa el primer lugar el rey Artus con sus paladines de la Tabla Redonda, y las hazañas de Carlomagno y sus capitanes, particularmente Roldán; fueron otros sucesos que posteriormente llenaron el mundo con su fama y dieron igualmente origen a nuevas canciones y romances. Al difundirse el espíritu caballeresco por la Cristiandad, aplicáronse a aquellos héroes tan celebrados por todos, las cualidades que en concepto de las gentes constituían al perfecto caballero, y se convirtió a cada uno, en paladín dedicado en buscar aventuras extraordinarias, la imaginación así, tuvo rienda suelta y como al propio tiempo el conocimiento de la literatura árabe, difundió la afición de lo maravilloso, se formó aquella especie de mitología propia de los tiempos heróicos de la Europa moderna y representación de la idealidad poética de la Edad Media. Los primeros vestigios de los libros de caballería, reducidos entonces a cuentos y leyendas populares, debieron por consiguiente aparecer por los siglos VII y VIII; pero solo cuando se organizó el feudalismo y estuvo en su auge la caballería andante, pudieron reunirse y engalanarse en la forma que han llegado a nosotros; en efecto, tenía que transcurrir un tiempo para que la verdad histórica se desnaturalizase enteramente y para revestir a héroes reales en un principio, de un carácter que no tuvieron y de costumbres posteriores a la edad en que brillaron.





En las series que pueden dividirse los libros de caballería pertenece a la literatura española la llamada de las empresas galesas o célticas, es decir, de los Amadices y sus diferentes ramas. Atribúyese al portugués Vasco Lobeira, que vivió a últimos del XIII o principios del XIV, el primer libro de caballería original que apareció en la península, mas no se publicó en castellano ni se imprimió hasta el 1490 (lo hizo Garcí Ordóñez de Montalvo). Por aquel mismo tiempo, se imprimión en Valencia Tirant lo Blanch, uno de los libros de caballería que declara Cervantes, digno de ser librado de las llamas, y como el Amadís de Gaula, fue traducido al castellano. Desde entonces comenzaron a llover continuaciones o imitaciones. La fantasía española había encontrado un dilatado campo en que esparcirse; y si a la verdad no sobresale esta literatura por las dotes de la bellaza clásica, si los libros de caballería están llenos de absurdos, monstruosidades y aun ridiculeces, se ve en todos sobra de imaginación, lozanía de ingenio, sentimientos nobles, delicadeza de afectos, entusiasmo guerrero, pundonor llevado al extremo, religiosidad nunca desmentida y no pocas veces un lenguage fluido y elegante. Encierran por fin el tipo de una civilización particular y son la expresión de una sociedad que ya no existe.





Tirante el Blanco, la escrita con mayor naturalidad y verosimilitud, no ha dado hijos o descendientes, al paso que el Amadís fue el patriarca de una dilatada familia de caballeros andantes, escrita al contrario del Tirante, en los sucesos sobrenaturales, las hadas y los magos, mas del gusto de aquellos tiempos, pero sin duda, lo que mayor nombradía le dio, fue el espíritu caballeresco. Lo que parece extravagante y ridículo para esta generación, se presentaba como heróico y sublime a los hombres de aquel tiempo que, criados entre hazañas portentosas, no consideraban ninguna imposible.