Es hecho muy de bulto y deslumbrante en aquella vigorosa sociedad de los siglos medios. Espíritu que, mezcla de blandura y de fiereza, de religión y de pasiones mundanas, fue originado por el alto lugar que el cristianismo diera a la mujer en la sociedad; nacido en el seno del feudalismo y extendiéndose rapidamente, produjo las acciones mas heroicas, dió origen como hemos visto, a una literatura rica de imaginación y sentimiento, y contribuyó no poco a amansar y a suavizar las feroces costumbres de los señores feudales.
La galantería era el principal deber del caballero; una galantería llevada a la exageración por parte del hombre, combinada de un modo singular por el valor mas heroico, con el desprendimiento mas sublime, con la fe mas viva y la religiosidad mas ardiente. Dios y su dama: he aquí el eterno pensamiento del caballero, lo que embarga sus facultades todas, lo que ocupa todos sus instantes, lo que llena toda su existencia.
En el código de las Partidas se halla consignada ya la galantería como uso de los tiempos pasados: “E aun porque se esforsasen mas, tenían por cosa guisada que los que oviessen amigas que las nomnasen en las lides porque les creciesen los corazones e toviessen vergüenza de errar.”
En el ordenamiento de la banda de Alfonso XI se habla de “segunda manera de lealtad, que es amar verdaderamente a quien se oviere de amar, especialmente a aquella en quien pusiere el caballero su intención (…). Que ningún caballero de la banda estoviesse en la corte sin servir alguna dama, no para la deshonrar, sino para festejarla o casarse con ella, y cuando saliese fuera la acompañase como ella quisiere, a pie o a caballo, llevando quitada la gorra y faciendo su mesura con la rodilla.”
El espíritu caballeresco de los españoles brilló con todo su esplendor en la guerra de Granada, lanzó aun sus fulgores en las campañas de Italia, y fue fomentado por los descubrimientos en mares hasta entonces ignorados.
El español, corriendo entre islas y continentes nunca vistos por hombre civilizado y poblados por la imaginación de maravillas y terribles encantos, desafiaba el peligro bajo todos sus aspectos; la muchedumbre de contrarios que le oponían los indefensos naturales de los países donde se veía arrojado, mil de los cuales, según palabras de Colón, no equivalían a tres españoles, contribuía a exaltar su mente, y la brillante fortuna que el mas infeliz aventurero alcanzó muchas veces, ora realizando con sola su espada sueños mas magníficos de lo que pudiera concebir jamás la imaginación, ora destronando a una antigua dinastía de reyes bárbaros; cosas eran tan extraordinarias como los mas extravangantes delirios de Ariosto. Sus compatriotas, que permanecían en España, alimentábanse con ansia de las relaciones de los aventureros, y cómo ellos vivían en una atmósfera de hazañas y portentos, llegando así a penetrar hasta los ángulos mas recónditos de la nación un espíritu de caballeresco entusiasmo que aun a los mas humildes llenó de altos pensamientos e inspiroles una altiva persuasión de la dignidad de su naturaleza.
La galantería era el principal deber del caballero; una galantería llevada a la exageración por parte del hombre, combinada de un modo singular por el valor mas heroico, con el desprendimiento mas sublime, con la fe mas viva y la religiosidad mas ardiente. Dios y su dama: he aquí el eterno pensamiento del caballero, lo que embarga sus facultades todas, lo que ocupa todos sus instantes, lo que llena toda su existencia.
En el código de las Partidas se halla consignada ya la galantería como uso de los tiempos pasados: “E aun porque se esforsasen mas, tenían por cosa guisada que los que oviessen amigas que las nomnasen en las lides porque les creciesen los corazones e toviessen vergüenza de errar.”
En el ordenamiento de la banda de Alfonso XI se habla de “segunda manera de lealtad, que es amar verdaderamente a quien se oviere de amar, especialmente a aquella en quien pusiere el caballero su intención (…). Que ningún caballero de la banda estoviesse en la corte sin servir alguna dama, no para la deshonrar, sino para festejarla o casarse con ella, y cuando saliese fuera la acompañase como ella quisiere, a pie o a caballo, llevando quitada la gorra y faciendo su mesura con la rodilla.”
El espíritu caballeresco de los españoles brilló con todo su esplendor en la guerra de Granada, lanzó aun sus fulgores en las campañas de Italia, y fue fomentado por los descubrimientos en mares hasta entonces ignorados.
El español, corriendo entre islas y continentes nunca vistos por hombre civilizado y poblados por la imaginación de maravillas y terribles encantos, desafiaba el peligro bajo todos sus aspectos; la muchedumbre de contrarios que le oponían los indefensos naturales de los países donde se veía arrojado, mil de los cuales, según palabras de Colón, no equivalían a tres españoles, contribuía a exaltar su mente, y la brillante fortuna que el mas infeliz aventurero alcanzó muchas veces, ora realizando con sola su espada sueños mas magníficos de lo que pudiera concebir jamás la imaginación, ora destronando a una antigua dinastía de reyes bárbaros; cosas eran tan extraordinarias como los mas extravangantes delirios de Ariosto. Sus compatriotas, que permanecían en España, alimentábanse con ansia de las relaciones de los aventureros, y cómo ellos vivían en una atmósfera de hazañas y portentos, llegando así a penetrar hasta los ángulos mas recónditos de la nación un espíritu de caballeresco entusiasmo que aun a los mas humildes llenó de altos pensamientos e inspiroles una altiva persuasión de la dignidad de su naturaleza.
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