18/11/09
Don Juan de Mena
Aventajadas dotes las del cordobés, lozana imaginación y fuerza de entendimiento, además de vasto ingenio. Ése era Juan de Mena, verdadero tipo del poeta cortesano; y aunque no pertenecía a la nobleza por su nacimiento, ni se mezcló en los negocios públicos ni en las contiendas políticas, acertó por su talento, humor festivo, ingenio agudo y finos modales a mantenerse en buena correspondencia con el rey, con el condestable, con los infantes de Aragón y con los principales jefes de los partidos.
Aspiró a inmortalizarse en una obra en la cual pudiera desplegar todas sus facultades poéticas y su erudición. Por desgracia (o no), el contagio de la imitación le arrastró en pos del Dante a quien se propuso por modelo en la disposición de su poema y hasta en la aspereza del estilo.
Su Laberinto, que tenía por objeto trazar un cuadro alegórico de la vida humana abarcando todos los siglos para ensalzar los grandes hechos y anatematizar el crimen, está dividido en 7 partes, según el número de planetas entonces conocidos; el autor se supone trasladado a un gran desierto donde se halla el palacio de la Fortuna, y allí se le aparece por guía la Providencia, bajo la figura de una hermosa doncella. Todas las partes de la tierra se presentan sucesivamente a sus miradas; la Providencia le enseña 3 grandes ruedas que le presentan lo pasado, lo presente y lo futuro, y bajo la dirección de la misma doncella va contemplando en el movimiento de aquéllas, la aparición de los nombres mas eminentes de la historia y de la fábula. ¡Qué obra de total erudición y admirable fantasía!. Cierto es su falta de interés en la acción general y la rudeza del lenguaje, hinchado y lleno de latinismos, pero sus pensamientos son enérgicos, las ideas elevadas y sus imágenes grandiosas.
El siguiente pasaje es uno de los mas sentidos y mejor versificados; en él, se pinta el dolor de la madre de Lorenzo Dávalos al mirar el cadáver de su hijo:
Bien se mostraba ser madre en el duelo
Que hizo la triste después que ya vido
El cuerpo en las andas sangriento, tendido,
De aquél que criara con tanto desvelo:
Ofende con dichos crueles al cielo,
Con nuevos dolores su flaca salud
Y tantas angustias roban su virtud
Que cae la triste muerta por el suelo.
Rasga con uñas crueles su cara,
Hiere sus pechos con mesura poca;
Besando a su hijo la su fría boca
Maldice las manos de quien lo matara;
Maldice la guerra dó se comenzara,
Busca con ira crueles querellas,
Niega asi misma reparo de aquéllas,
Y tal como muerta viviendo se para.
Etiquetas:
Edad Media,
Literatura,
Poesía
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