9/11/09

Legitimidad del poder temporal de la Iglesia



"Reparando en la lucha continua, tenaz, que se traba entre la Iglesia Católica y los elementos que le resisten, dice Balmes, se conoce con toda evidencia que las ideas cristianas no hubieran alcanzado a dominar la legislación y las costumbres, si el cristianismo no hubiese sido mas que una idea religiosa abandonada al capricho del individuo, tal como la conciben los protestantes, si no se hubiese realizado en una institución robusta, en una sociedad fuertemente constituida cual es la Iglesia Católica."

Esto, que es una gran verdad aplicado a los primeros tiempos de la aparición del cristianismo, lo es también refiriéndolo a los siglos medios en que si el precepto de la caridad cristiana estaba en las cabezas, la crueldad romana de los tiempos paganos junto con la ferocidad bárbara, dominaba todavía en los corazones; en que si las ideas eran puras, benéficas como emanadas de una religión de amor, hallaban una resistencia terrible en los hábitos, en las costumbres, en las instituciones y en las leyes.

Entonces, en aquellos peligrosos momentos en que la sociedad se hundía, en que se vaticinaba el fin del mundo como único remedio de los males que sobre la Humanidad habían caído, la Iglesia, que nunca es infiel a su misión salvadora, hubo mas que nunca de robustecerse, de unir a todos sus miembros con mas estrechos lazos, de hacer sentir por todas partes su directo influjo, para llegar a constituir por fin la sociedad libre y próspera.

Así, pues, llamar usurpación al gran poder alcanzado en aquel tiempo por los papas, presentar como conculcación de derechos el poder temporal de la Iglesia durante todas las edades, es no solo una ingratitud, sino también un patente anacronismo.

El poder temporal de los papas se robusteció y extendió cuando aun no se hallaban verdaderamente constituidos ninguno de los otros poderes; todos los principios de legislación, todas las bases de la sociedad, todos los elementos de cultura, todo cuanto había quedado de artes y ciencias estaba en manos de la religión, y todo se puso, por consecuencia muy natural, bajo la sombra del solio pontificio, como que éste era el único poder que obraba con orden, concierto y regularidad, el único que ofrecía prendas de estabilidad y firmeza.

Sucediéronse unas guerras a otras guerras, unos trastornos a otros trastornos, unas formas a otras formas; pero el hecho grande, general, dominante, fue siempre el mismo, y ciertamente que es cosa visible, como decía Balmes, oir a tanto hablador y detractor apellidando un fenómeno tan natural, tan inevitable y sobretodo tan provechoso, serie de atentados y de usurpaciones contra el poder temporal.

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