7/10/09

Roger de Lauria: ¡Aragón y Sicilia!


"Señor, no sólo no pienso que galera u otro bajel intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragón, ni tampoco galera o leño, sino que no creo que pez alguno intente alzarse sobre el mar si no lleva un escudo con la enseña del rey de Aragón en la cola, para mostrar el salvoconducto del rey aragonés".

Menudo crack; sin duda, el bueno de Ruggiero se adelantó a su tiempo. No tendría que haber mandado una galera, tendría que haber gobernado un acorazado o un destructor, o qué digo yo, un portaviones y si me apuras mas, un submarino nuclear. Era al mar, lo que Gonzalo Fernández de Córdoba "el Gran Capitán", era a la tierra; y si en aquellos tiempos de la Baja Edad Media hubiese existido una Fuerza Aérea (en el supuesto hipotético de haber vivido Da Vinci siglo y medio antes y haber funcionado todos sus cacharros voladores), desde luego que habríamos tenido nuestro Von Richthofen.

Siendo hijo de un insigne calabrés, se crió en el palacio de los Reyes de Aragón de Barcelona, bajo el manto y protección del Conquistador, lo que hizo que tanto él como su futuro señor, don Pedro, crecieran juntos y nacieran entre ellos, fuertes lazos de amistad.

Así fue que llegó el día. Don Pedro III el Grande, le nombró almirante y capitán general de la Armada. Giovanni Procida, salernitano, fue nombrado gran canciller; Alaymo di Lentini, recibió el cargo de gran justicia del reino; el del condado de Besalú, llamado Guillén Galcerán de Cartellà, mandó el ejército de tierra y los bravos almogávares. Todos ellos, en defensa de Sicilia.

Así fue que comenzó la leyenda. Venció a los franceses delante de Malta; ganó con valor y fortuna la isla de Gerbes; venció otra vez a los franceses y a su Armada real; volvió a vencer delante de Nápoles; embistió con valor y coraje las costas de la Berbería y entró por combate al fuerte de Tolometa; socorrió a la Roca Imperial contra el conde Juan de Monfort; tomó a Otranto y fortaleció los muros; volvió a derrotar a los franceses, que ya empezaban a tenerle tirria a eso de meterse en el agua; venció en la Pulla y ganó la ciudad de Malvasia.

Al abordaje precipitábanse los suyos a los gritos de:
- "¡Aragón, Aragón! ¡via sus, via sus!".

En la galera almirante de Provenza peleaban Roger y Cornut, cada uno al frente de sus soldados; Roger recibió en un muslo un venablo que le arrojó Cornut (¡manda huevos el nombrecito!), e iba a sucumbir a sus golpes, cuando un catalán arrebató al provenzal el hacha de las manos, momento que aprovechó Roger para arrancar el venablo de su herida y utilizarlo para atravesar el pecho de su rival.

A su voz formaban las galeras, a su voz se alfombraba el mar; sonaban las trompetas y al grito de ¡Aragón y Sicilia! precipitábanse los aragoneses contra el enemigo. Huían las galeras de Nápoles y de Sorrento, y solo algunas, montadas por los caballeros franceses de la corte del príncipe de Salerno, se defendieron, no ya para vencer, sino para perecer con honra; y así gritó al final tan buena presa:
- "Vuestros somos; aquí está el príncipe. A vosotros se rinden las mejores espadas de Francia".
Roger contestó al príncipe, nada mas y nada menos que el hijo y sucesor de Carlos d'Anjou:
- "Si queréis conservar la vida, dos cosas tenéis que hacer desde luego, y si no haced cuenta que ahora se vengará la muerte de Conradino. Quiero que hagáis venir al punto a la hija del rey Manfredo, hermana de mi señora la reina de Aragón, que tenéis vos encarcelada en el castillo del Huevo, y que me hagáis entregar el castillo y la villa de Ischia".
Y así se hizo. Cuando Carlos llegó a Gaeta y supo la derrota y prisión de su hijo, su dolor fue grande, pero mas aun cuando tuvo noticia que en Nápoles se empezaba a escuchar:
- "¡Muera Carlos! ¡Viva Roger de Lauria!".

Devoto de la Virgen Santísima, jamás conoció la derrota. Murió en Valencia, "el mas famoso y excelente capitán que antes y después de su tiempo ovo jamás por la mar, y nunca fue vencido en ella".

Díjole un día el Rey don Pedro:
- "¿Almirante, amigo, que deseas en premio de tus hazañas?".
- "Yo señor -respondió- en remuneración de mis heridas sólo pido el ser sepultado donde vos lo fuereis, y a vuestros pies".
- "Pues eso pedís -dijo admirado el rey- así sea".

Y así fue. Ruge su espíritu por el Mare Nostrum.

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