27/5/09

La conversión del rey Recaredo

Por aquel tiempo, año 587 de Nuestro Señor, Recaredo, tocado de la misericordia divina, reunió a los obispos arrianos y les dijo: "¿Por qué se suscitan cada día altercados entre nosotros y los obispos que se llaman católicos (qui se catholicos dicunt)? Y cuando su creencia les hace obrar infinitos milagros ¿por qué no podéis vosotros hacer cosa semejante? Os ruego, pues, que os reunáis y discutáis con ellos las creencias de ambos partidos, a fin de que podamos venir en conocimiento de qué parte está la verdad. Entonces o ellos se rendirán a vuestras razones y creerán lo que decís, o vosotros reconoceréis estar ellos en lo cierto y creeréis lo que vienen anunciando".



El rey hizo observar que los obispos herejes nunca habían curado enfermos y recordó que en vida de su padre, un obispo que con el auxilio de sus falsas creencias se jactaba de devolver la vista a los ciegos, tocó con sus manos a uno que fingía serlo y le ocasionó una cegera eterna. Así pues Recaredo llamó en particular a los ministros de Dios, y después de examinar sus creencias, reconoció que había que adorarse a un solo Dios, Uno y Trino. Comprendió la Verdad e hizo que cesara toda discusión, sometiéndose a la Ley católica, recibió la señal de la cruz y la unción del santo crisma y confesó a Nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios e igual al Padre y al Espíritu Santo. Así sea. Envió diputados a la Septimania, para atraer al pueblo a la misma creencia: había allí por un entonces un obispo de la secta arriana llamado Athaloco, quien turbaba de tal modo las iglesias de Dios con proposiciones vanas e interpretaciones falsas de las santas escrituras, que se le habría tomado por el mismo Arrio, quien según relato del historiador Eusebio, sacó sus entrañas en un lugar escusado. Como dicho obispo no permitiese a los de su secta abrazar la fe católica, y no contase sino con un número reducido de partidarios, entró en su celda fuera de sí de despecho y apoyando su cabeza en la cama, entregó al Señor su alma perversa. Así fue como el pueblo de herejes que habitaba esta provincia confesó la indivisible Trinidad y abandonó su error.



Carta de Recaredo, rey de España, al papa San Gregorio Magno

(recuperada de un código antiguo de la Biblioteca Colbertina)



Domino Sancto, ac beatissimo Papae Gregorio episcono

Al Santo y beatísimo Papa el Señor obispo Gregorio



Recaredus:

Recaredo:



I. Tempora quo nos Dominus sua miseratione nefandae arrianae haeresis fecit esse discordes, melioratos fidei tramite intra sinus suos catholica colligit Ecclesia.

En el tiempo que Nuestro Señor por su divina misericordia nos separó de la secta sacrílega de los Arrianos, la Iglesia católica, viéndonos mejorados en la Religión, nos recibió dentro de su seno.



(...)



VII. Salutem vero tuam reverendissime, et sanctissime vir audire delector: et peto tuae christianitatis prudentiae, ut nos gentesque nostras, quae nostro post Deum regimine moderantur, et vestris sunt a Christo adquisitae temporibus, communi Domino tuis orebo commendes orationibus, ut per eamdem rem, quos orbis latitudo dissociat, vera in Deum acta charitas feliciter convalescat.

Reverendísimo y santísimo varón, he oido con mucho placer que Dios te conceda salud, y suplico a tu cristianísima prudencia, que a los pies de Nuestro Señor te acuerdes de nosotros y de nuestras gentes, a quienes nosotros, después de Dios, gobernamos, y a quienes has visto en tus días reducidos al rebaño de Jesucristo. Esperamos que por tus oraciones, aunque tan separados, viviremos todos unidos en unión de caridad.



Cartas del Papa San Gregorio Magno a Recaredo, rey de España

(Son tres cartas de las que reproduzco lo mas relevante)



Gloriosissimo, atque Praecelentissimo filio Recharedo Regi Gothorum, atque Suevorum

Al Gloriosísimo y Excelentísimo hijo nuestro Recaredo, Rey de los Godos y Suevos



I. No puedo explicar con palabras, hijo mío, cuanto me consoláis con vuestra vida y acciones. El nuevo milagro que ha sucedido en nuestros días, de haber pasado los Godos por obra vuestra de la herejía arriana a la verdadera fe, me mueve a exclamar con el profeta: "Esta mudanza es obra de la diestra de Dios". ¿Qué pecho habrá tan de piedra, que oyendo tan gran novedad, no se derrita en alabar a Dios y en amar a vuestra persona? (de la primera carta)



(...)



VI. He recibido las trescientas vestiduras que ha enviado vuestra excelencia de limosna a los pobres de san Pedro, y ruego a Dios con toda mi alma que en el tremendo día del juicio final, os ampare y proteja aquel mismo Señor, a cuyos pobres habéis favorecido y vestido. Si he tardado tanto en enviar a vuestra excelencia mi criado, no ha sido por descuido, sino por falta de ocasión, pues no ha habido bastimento alguno que pasare de estas tierras a las de España. (escribe en latín: Spaniae) (de la segunda carta)



(...)



Os remito también otra llave que ha tocado el sagrado cuerpo de San Pedro Apóstol, para que, colocándola vos en lugar digno, merezcáis de Dios toda bendición y felicidad (único fragmento conservado de la tercera carta)

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