Estaba El Gran Capitán inactivo en su retiro de Loja, cuando le visitó el conde de Ureña.
- Muy encallada está la nave -le dijo al saludarle.
A lo que don Gonzalo le contestó:
- Sabed, conde, que esta nave, cada vez mas firme y mas entera, solo aguarda a que la mar suba para navegar a toda vela.
Hubo un momento en que abrigó la esperanza de que subiera la marea: fue a continuación de la batalla de Rávena, en Italia. Pero las cosas se arreglaron de tal manera que se hizo innecesaria la expedición.
Entonces El Gran Capitán reunió a las tropas que había comprometido y les entregó todo lo que pudo reunir: 100.000 ducados en dinero y alhajas.
El Gran Capitán quedó reducido a "un Gonzalo Fernández", como él decía de sí mismo. Poco tiempo después murió en brazos de su esposa y de su hija Elvira.
Con motivo del fallecimiento, vistieron de luto el Rey y su Corte.
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