El emperador Carlos V se dirijía a la conquista de La Goleta, que estaba en poder del corsario Barbarroja.
La armada, que había zarpado de Cagliari, se dirijía con buen viento hacia las costas de África.
En primera línea iban las naves portuguesas, en retaguardia las de don Álvaro de Bazán, y entre ambas, las del Emperador.
Como en la nave capitana de éste se contaban capitanes portugueses e italianos, preguntaron a Carlos V quién sería el capitán general de la armada cristiana. A lo que el Emperador, levantando en alto un Crucifijo, contestó:
- Éste, y su alférez...yo.
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