“ADVIÉRTOTE QUE JAMÁS QUERRÉ TROCAR MI MISERIA POR TU ESCLAVITUD”
Porque la grandeza de toda acción, siempre se manifiesta y comprueba del modo mas inteligible por la grandeza de la oposición y de los obstáculos de que triunfa o incluso sucumbe, y el hombre grande jamás aparece con mas gloriosa luz que en la lucha. Decía Séneca: no hay espectáculo a que los dioses miren con mas recreo y admiración, que al del hombre grande lidiando con la adversidad. Y esta lucha y oposición es maravillosa ya en el mismo interior del corazón humano, siendo una lucha interna que el hombre sostiene consigo mismo para alcanzar su propia sublimidad del alma, o se hace al exterior combatiendo el hombre con el mundo que le rodea.
Por eso aparece sublime el Hijo de Dios hecho hombre, triunfando de la humanidad desobediente en el monte de los Olivos. Lo Sublime por excelencia, grado inalcanzable para el hombre pero reflejo de su imitación.
A lo sublime se contrapone lo ridículo. La ridiculez de la modernidad. Aquél despierta en nosotros la idea de una grandeza, y éste la de una pequeñez infinitas.
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