La naturaleza no ha
elegido al hombre para un género de vida bajo e innoble, sino que
introduciéndonos en la vida y en el universo entero como en un gran festival,
para que seamos espectadores de todas sus pruebas y ardientes competidores,
hizo nacer en nuestras almas desde un
principio un amor invencible por lo que es siempre grande y, en relación con
nosotros, sobrenatural. Por eso, para el ímpetu de la contemplación y del
impulso humano, no es suficiente el universo entero, sino que con harta
frecuencia, nuestros pensamientos abandonan las fronteras del mundo que los
rodea y, si uno pudiera mirar en derredor la vida y ver cuán gran participación
tiene en todo lo extraordinario, lo grande y lo bello, sabría, en seguida, para
qué hemos nacido.
La sublimidad, surge
en ése para qué hemos nacido, que da grandiosa finalidad a la naturaleza
humana, sacándola, con un anhelo siempre repetido y siempre frustrado, de la
mísera pequeñez de lo inmediato. El patetismo, por el contrario, es la
categoría estética de la modernidad en contraposición a lo sublime.
"Reina indudablemente una ley eterna e inviolable que exige
el justo deber; escrita está con el buril divino, y grabada está con caracteres
indelebles en el pecho de todo hombre."
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