La contrarrevolución debe dirigirse a la creación de una vida nueva, donde el pasado y el porvenir se encuentren en lo eterno.
Será interior, profunda y orgánica, para fortificar las células aun sanas del organismo social, robusteciéndolas con plenitud de vida y haciendo rebasar esa vida a las células enfermas, hasta que el organismo, por su propia fuerza, lance el mal fuera de sí.
Las revoluciones se realizan por la fuerza, son el torrente avasallador que arrastra cuanto encuentra a su paso en su turbia corriente. La contrarrevolución debe ser, no obra de fuerza, sino de organización vital (como decía Maistre, no debe ser una revolución contraria, sino lo contrario a una revolución).
Las revoluciones se engendran generalmente por sentimientos negativos, su grito siempre es el “muera”, la aspiración de la negación, de la destrucción; si lanza un “viva” es siempre el mismo, “viva la Libertad”, pero viva mi libertad y muera la de los demás. La obra del revolucionario es y será siempre negativa, cuando no destructiva. La contrarrevolución ha de ser lo contrario: afirmativa, constructiva, vital y orgánica. Como dijo Berdiaeff: con la revolución, el organismo social sufre un colapso, queda infecto con el virus revolucionario,“no se puede liquidar el bolchevismo con una buena organización de divisiones de caballería, que por sí mismas solo pueden aumentar el caos; el bolchevismo solo puede ser vencido en primer lugar desde su interior, es decir, espiritualmente y únicamente después, por la política; quedando los sables cuando la propia integridad social corre un peligro inminente."
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