Se dijo una vez: dichoso aquél que muere con limpia fama, porque sobre su
tumba caerán lágrimas y las bendiciones de los pueblos; allí se plantará el
laurel de la inmortalidad y sus ramas verdes subirán a la altura; por encima de
las ramas benditas ascenderán al cielo las plegarias de los buenos.
Ahora, la espada de los justos, es motivo de burla y de
irrisión ¿qué nos queda? Poned a un lado a los héroes que alguna vez han
sacrificado la honra en las aras de la humildad; poned a otro a los mártires
del espíritu, a quienes se la ha arrebatado el viento de la calumnia: al que ha
conquistado alguna vez la corona de la honradez, no le arrebata su honra, ni la
persecución del poderoso, ni la sentencia del juez, ni la cadena, ni la
calumnia, ni la falsa mala fama, ni el cepo del encierro,…. porque dentro del
calabozo gozará su alma de la santa libertad de los inocentes.
Los que tenéis honra, los que representáis lo mas noble de
la humanidad, los que sois timbre y gloria de la raza de Adán, quedaos en la
tierra para renovar la vida de los pueblos que agonizan. ¡Palmas y laureles
para vosotros!
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Hay una cosa de tanto precio en el mundo, que
con nada se paga, ni por nada se vende. “(…)
porque el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios” (Calderón de
la Barca).
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