Hay hombres a quien debemos aborrecer y execrar, como es
aborrecible y execrable el error y el mal que representan.
Entonces la caridad, la sublime y santa caridad para con
Dios y para con el prójimo, nos mandaba llamar lobos y demonios a tales nombres
y a tales hombres; la caridad nos manda tratarlos como tales, designarlos como
tales al recelo y al desprecio y al enojo de la incauta multitud; nos manda
mostrarnos con ellos duros, intratables, acerados, sin clase alguna de contemporización
o indulgencia. Porque entonces, sabido es que no detestamos ni execramos la
carne y el hueso de aquel hombre o la fama material de aquel hombre, sino su
funesta significación, su maléfica influencia, su perversa condición de palabra
de satanás para perder almas.