26/7/15

Los que tenéis honra



Se dijo una vez: dichoso aquél que muere con limpia fama, porque sobre su tumba caerán lágrimas y las bendiciones de los pueblos; allí se plantará el laurel de la inmortalidad y sus ramas verdes subirán a la altura; por encima de las ramas benditas ascenderán al cielo las plegarias de los buenos.

Ahora, la espada de los justos, es motivo de burla y de irrisión ¿qué nos queda? Poned a un lado a los héroes que alguna vez han sacrificado la honra en las aras de la humildad; poned a otro a los mártires del espíritu, a quienes se la ha arrebatado el viento de la calumnia: al que ha conquistado alguna vez la corona de la honradez, no le arrebata su honra, ni la persecución del poderoso, ni la sentencia del juez, ni la cadena, ni la calumnia, ni la falsa mala fama, ni el cepo del encierro,…. porque dentro del calabozo gozará su alma de la santa libertad de los inocentes.

Los que tenéis honra, los que representáis lo mas noble de la humanidad, los que sois timbre y gloria de la raza de Adán, quedaos en la tierra para renovar la vida de los pueblos que agonizan. ¡Palmas y laureles para vosotros!


-          Hay una cosa de tanto precio en el mundo, que con nada se paga, ni por nada se vende.  “(…) porque el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios” (Calderón de la Barca).

13/7/15

MIGUEL GÓMEZ DAMAS O LA CLEMENCIA EN LA GUERRA CIVIL


Merece la pena, no ya enlazar, sino reproducir el texto íntegro ¡Paz...y guerra si me la hacen!

http://elblogdecassia.blogspot.com.es/2015/07/miguel-gomez-damas-o-la-clemencia-en-la.html



PAZ Y GUERRA SI ME LA HACEN


Manuel Fernández Espinosa



Allá por el siglo III antes de Cristo, el caudillo galo Breno venció al ejército del romano Quinto Sulpicio. Los romanos propusieron pagarle 1000 monedas a condición de liberarse y el intrépido celta sentenció: "Vae victis" (¡Ay, de los vencidos!).

Así ha sido a lo largo de los siglos. Los ejércitos derrotados, las naciones conquistadas, los pueblos vencidos apenas se han beneficiado de la clemencia ante el arrollador paso de sus vencedores. Tal vez por eso, por no haber vencido, es que el carlismo todavía sea un gran desconocido. Como reacción popular contra la revolución liberal y burguesa el carlismo se echó al monte en tres guerras durante el siglo XIX. El entusiasmo popular que generaba no pudo vencer contra maniobras traicioneras, como la de Maroto, ni contra un ejército gubernamental, mejor pertrechado y auxiliado por potencias como Inglaterra y Francia que estaban especialmente interesadas en imprimir a España una dirección bien contraria a la naturaleza y la tradición españolas. Todavía en el siglo XXI, comunicadores como Federico Jiménez Losantos o César Vidal, prosiguen la campaña desfiguradora del carlismo, propagando tópicos sin apenas detenerse a considerar el fenómeno con un mínimo rigor intelectual. Jiménez Losantos, p. ej., ha culpado al carlismo de ser inspirador del nacionalismo vasco de Sabino Arana, sin considerar que fue el carlismo el que más sufrió con la irrupción del nacionalismo. Y bien podemos considerar la novela "Bilbao no se rinde", de César Vidal, como paradigma panfletario que reúne todos los tópicos que contra el carlismo se han ido creando desde el siglo XIX: crueldad, fanatismo, oscurantismo, opresión, etcétera. 

He tenido ocasión de explicar recientemente, en la revista impresa NIHIL OBSTAT, que las patrañas sobre las que se ha montado una imagen del todo distorsionada del fenómeno histórico del carlismo son insostenibles, me refiero a mi artículo "Tribulaciones del carismo en camino a su reintegración". Resumidamente diré aquí que las tres grandes mentiras que cunden sobre el carlismo quedan totalmente desmontadas al menor esfuerzo que hagamos de estudiar el fenómeno en la bibliografía más amplia, nacional y extranjera, y -lógicamente- en los documentos de la época.

1) El carlismo no fue una simple cuestión dinástica, sino que fue una cuestión política: no podría explicarse que el carlismo todavía exista en el siglo XXI si fuese una cuestión exclusivamente dinástica.

2) El carlismo no fue un fenómeno restringido a ciertas zonas norteñas españolas, sino que fue un fenómeno que afectó a la totalidad de España: lo hemos demostrado y seguiremos demostrándolo desde las páginas de ÓRDAGO y desde este mismo blog. Muchos que siguen EL BLOG DE CASSIA también han emprendido en sus respectivas poblaciones indagaciones sobre el carlismo y lo han podido comprobar.

3) El carlismo no fue un fenómeno limitado a unas elites tradicionales (clero, aristocracia...), sino que fue un fenómeno transversal sociológicamente. Los hombres que formaban en las filas del carlismo en la I Guerra Carlista eran voluntarios, mientras que el ejército gubernamental (el de la Regente María Cristina y su hija Isabel) eran llamados por los carlistas los "peseteros", pues no militaban por convicciones. Por muchos curas, frailes y militares profesionales que hubiera en la España de 1833, sin la adhesión heroica de un pueblo no se comprende que se pudiera prolongar una guera por siete años (y me refiero a la I Guerra Carlista; recordemos que hubo tres en el siglo XIX). Y esa amplia base social a favor del carlismo existió en España hasta bien entrado el siglo XX: una gran parte del pueblo español era carlista -es lo que no dicen los manuales de texto ni en los Institutos de Enseñanza Secundaria. El carlismo incluso tuvo sus contactos con el movimiento obrero que, en la III Guerra Carlista, estuvo a punto de entrar a formar parte del carlismo, truncándose ese propósito por la dirección que marcaron las logias masónicas a sus agentes infiltrados en el Movimiento Obrero, así como haciendo lo posible por apartar de la dirección de éste a los líderes obreristas (no-masones).

Dicho esto vamos a abundar hoy en algo que, considero, es toda una lección histórica muy poco conocida y cuya ignorancia hemos de atribuir a esa falsa imagen que del carlismo se ha ofrecido por parte de sus "vencedores". Y por tocar de lleno a una de las figuras más gloriosas de nuestra historia local no dudamos que será lo suficientemente interesante para nuestros paisanos.

El General Miguel Sancho Gómez Damas, preclaro hijo de Torredonjimeno, no sólo fue el protagonista de una hazaña militar tan notable como su famosa Expedición, estudiada incluso en las academias militares extranjeras. También fue en su conducta, para con las ciudades conquistadas y para con los prisioneros, uno de los modelos más impecables de carlista, de cristiano caballero y español. Y eso fue algo que incluso tuvieron que reconocerle los liberales menos sectarios de su época.

Así lo describe un contemporáneo suyo, adversario político, pero libre del achaque propagandístico de la difamación y la calumnia:   




"Dotado de una hermosa presencia varonil, y en una edad, en que la madurez moral no disminuye todavia las fuerzas fisicas, D. Miguel Gómez, antiguo teniente coronel de ejército, habia sabido ganarse el amor y la confianza de sus soldados por medio de un constante esmero en procurarles ocasiones de adquirir gloria, al par que la satisfaccion de sus justas necesidades. Siempre á su lado ó á su frente, jamás habia consentido que estuviesen privados de lo necesario, sin que el participara de sus mismas privaciones. En los diferentes mandos, que desempeñó bajo las ordenes de Zumalacárregui, de quien fue gefe (sic) del estado mayor, y de Eguia, no solo había manifestado un valor poco común, sino tambien cierta templanza, ó mas bien, moderacion en el uso de la victoria, que le hacia contrastar ventajosamente con otros caudillos de uno y otro bando, cuyos nombres marcará la posteridad con muy distintos colores."

Es cierto que Ramón Cabrera, caudillo carlista, destacó por su crueldad haciéndose acreedor del apodo de "Tigre del Maestrazgo", pero también habría que saber que a la pobre madre de Cabrera la fusilaron los liberales por el solo hecho de ser madre de un "faccioso", lo que desató la cólera de Cabrera convirtiéndolo en un sanguinario exterminador de todos los enemigos que encontraba a su paso. Cabrera, habiéndose incorporado a la columna de nuestro paisano Gómez, añadiendo algunas de sus tropas, fue expulsado por Gómez de la Expedición por la poca clemencia que el Tigre del Maestrazgo mostraba con los prisioneros. Para eso, lo cuenta Pío Baroja, Gómez se citó con él y con otro caudillo valenciano, a las fueras del campamento carlista, y con unos vascos leales escolta de Gómez, éste les dejó claro a los dos que no los quería tener en su columna, debido a su comportamiento inhumano y les ordenó resolutivamente que se montaran en sus respectivos caballos y, con sus pertenencias, ambos regresaran al Maestrazgo, no sin antes decirles: "Vosoltres sols" (Vosotros solos). 

Frente a la ejecución sumaria de los prisioneros, a lanzazos algunas veces, Gómez fomentaba una política de firmeza, pero clemente. Así redactó nuestro paisano una de las muchas circulares que despachó, para poner en libertad a los prisioneros hechos en las escaramuzas y batallas que se produjeron a lo largo de su Expedición:

"Ejército Real de la Derecha.- Bajo el juramento que ha prestado de no volver a tomar las armas por ningún pretexto durante la presente lucha, y con la indispensable obligación de regresar al seno de su familia, concedo libertad y seguridad de su persona y bienes a......., natural de........, el cual....... en.......

Y encargo a las autoridades tanto civiles como militares dispensen a este interesado toda protección, contra cualquiera ofensa que se le intente hacer a pretexto de sus opiniones políticas, pues según las benéficas y paternales miras del Rey N(uestro) S(señor) no debe ser molestado por ellas 

Cuartel General de......., de....... de 1836.

El Comandante General - Miguel Gómez".


No obstante, digamos que la actitud de Cabrera o de otros carlistas tenía explicación por las crueldades que de antemano habían sufrido, las que habían hecho patente sus enemigos liberales que no tenían contemplaciones ni con los civiles. Los militares gubernamentales de María Cristina e Isabel eran implacables con el pueblo: llevaron a cabo ejecuciones, devastaron los núcleos rurales que creían afectos al carlismo, siguiendo las pautas  de guerra de exterminio, empleadas por el liberal Espoz y Mina años antes, durante el Trienio Negro Liberal de 1820-1823. En el interior, en zona controlada bajo el gobierno liberal de María Cristina, imperaba el terrorismo de Estado: las llamadas Milicias Urbanas, una suerte de organización paramilitar de signo progresista, armadas y consentidas por el gobierno ejercían la más tremenda de las represiones sobre todos aquellos que eran conocidos por sus simpatías carlistas o simplemente sospechosos de ser favorables a los carlistas. Lo cuenta alguien nada sospechoso de partidista, un extranjero para más señas: el protestante inglés George Borrow en "La Biblia en España" y que vino a España por esas fechas, para difundir la Biblia protestante por encargo de la Sociedad Bíblica. Las palizas propinadas por estos "urbanos" a los sujetos reputados de carlistas eran el pan de cada día. La Iglesia católica fue víctima de Álvarez Mendizábal que, alegando complicidades entre el clero y el carlismo, procedió a exclaustrar conventos y expropiar los bienes eclesiásticos para repartirlos con sus amiguetes liberales. Muchos carlistas que vivían en zona cristina/isabelina sufrieron también el despojo de sus bienes y el hostigamiento gubernamental.

Y, sin embargo, la política impuesta por el General Gómez siempre fue la del perdón a los prisioneros, a condición de que estos juraran no tomar las armas y se recogieran en sus casas, como arriba ha quedado claro por la circular emitida por nuestro paisano en plena campaña. No había en el General Gómez revanchismo, ni odio ideológico alguno. Y es que el carlismo no es una ideología, como bien explica Javier Barraycoa, en su artículo "El carlismo: una visión metahistórica": "El carlismo no es una ideología, sino principios encarnados". Y así lo demuestra el General Gómez, cuando habiendo conquistado con sus tropas la ciudad de Santiago de Compostela, emitió este bando:








"Y en cuanto a los urbanos, que temerosos por la aproximación de las tropas de mi mando, hayan abandonado sus hogares, pueden volver á ellos seguros de que no serán jamás molestados por razón de opiniones, de cuya verdad [de lo que les digo] ya tienen repetidos ejemplos con los que se han presentado en la ciudad de Oviedo, fuera de lo notoria que es la conducta que hemos observado con los demás del reino. 

Cuartel general de Santiago a 18 de Julio de 1836.- 

El Comandante General Gómez."

Esto nos puede parecer increíble, pero fue cierto. Nos puede parecer increíble por haberse registrado, a lo largo del siglo XIX y, con mayor virulencia, en el correr del siglo XX, truculentos genocidios por motivos religiosos o ideológicos: se siguen cometiendo en nuestros días. Los blancos contra los rojos y los rojos contra los blancos, sin darse tregua, matándose los unos a los otros por el solo hecho de tener "ideologías" enfrentadas. El carlismo -repetimos- no es una ideología, si lo fuese no tendría cabida una manifestación más respetuosa para con los que, en una Guerra Civil, siendo adversarios han terminado cayendo, por derecho de conquista, bajo el poder carlista.

En ese mismo bando citado arriba, el General Gómez se dirigía a los gallegos, en estos términos:

"Yo confío en vuestro patriotismo y unión. A las armas, gallegos leales, a las armas: la victoria es segura; porque la causa es justa, es legítima, es santa y el rey de los ejércitos la protege. Imitad el valor y la constancia de los navarros, vascongados, castellanos y otros muchos; y entonces cesarán los sacrilegios, las profanaciones de los templos, los asesinatos de sus ministros y otros tantos crímenes inauditos de tan aciagos tiempos; entonces serán abatidos y escarmentados; entonces, en fin, la paz y la unión nos harán verdaderamente religiosos y felices a nuestros hijos".

Un liberal no sectario llega a decir de nuestro paisano y su expedición: 

"La conducta que Gomez empezaba á observar en Estremadura (sic) era del todo conforme á su caracter ó al plan que se habia propuesto seguir, y asi despues de licenciar los prisioneros hechos en Almaden y los que nuevamente hizo en Guadalupe, mando bordar en sus banderas la palabraPaz, debajo de la cual se leía, y guerra si me la hacen."

¿Dónde está aquí el fanatismo? ¿Dónde ese odio cainita contra el enemigo, presente en todas las guerras civiles? ¿Dónde la despiadada crueldad, por desgracia tantas veces repetida en los conflictos de ayer y hoy? ¿Dónde está, en fin, esa bestia negra que nos han pintado del carlismo?

Mentiras, nada más que mentiras. 

Esa era su divisa, la que mandó poner en las banderas de su columna nuestro paisano, el carlista Miguel Sancho Gómez Damas:


PAZ

Y GUERRA SI ME LA HACEN.