4/3/11

Caballerosidad ante todo




Francisco I, a quien ya se había unido "Musiú" de la Motte en el campo de prisioneros (tras la batalla de Pavía), le preguntaba a éste qué decían aquellos soldados que tanto murmuraban de él, y cuando éste le traducía las palabras, relativas al buen trato de que iba a ser objeto el monarca en manos de los españoles, el rey se echaba a reir.




En esto se acercó un arcabucero español, quien le dijo:


- Sepa, señor, que sabiendo ayer que se iba a dar esta batalla, hice para mi arcabuz seis balas de plata y una de oro; las de plata para seis "musiures" y la de oro para vos. La de oro vedla aquí, y agradecedme el deseo de haber querido daros una honrosa muerte, como a ningún otro príncipe se ha dado.




El rey tomó la bala y le dijo:


- Te agradezco tu buen deseo.

¿Quién venció?


Cuando el cardenal Cisneros determinó, con sus 70 años encima, conquistar la plaza de Orán, los soldados de Italia se echaron a reir y dijeron:
- Son cosas chocantes las que pasan en España: mientras un Prelado sale a guerrear contra los moros, el Gran Capitán se entretiene en rezar el Rosario.

Aquellos soldados no sabían que los dos paladines podían hacer ambas cosas a la vez. El caso es que el cardenal, que había llevado a sus soldados a las puertas de Orán, antes de ordenar el asalto les arengó virilmente, y que cuando sonó el grito de ¡Santiago y Cisneros!, las tropas se lanzaron con tal brío al asalto, Pedro Navarro a la cabeza, que en poco tiempo la plaza quedó ganada para España.

El cardenal no quiso entrar en ella hasta el día siguiente, y sus ojos saltaron de gozo cuando vió el pabellón de Cristo ondeando sobre el mas alto alminar. Las tropas españolas vieron a Cisneros a la entrada de Orán, y le dijeron:
- Vos, señor, sois quien ha vencido.

A lo que repuso el cardenal con el salmo de David:
- No a nosostros, Señor, sino a vuestro santo nombre se debe dar la gloria.